La microbiota, anteriormente conocida únicamente como flora intestinal, se refiere al ecosistema microbiano que está presente tanto en el estómago como en otros órganos del cuerpo. Si bien las colonias presentes en el sistema digestivo son las más importantes y las que más aprovechan los probióticos (sustancias que fomentan el crecimiento de estas poblaciones benéficas), éstos últimos podrían cooperar a reducir el uso de antibióticos a escala general.
De acuerdo con un estudio publicado en el European Journal of Public Health, el uso de probióticos efectivamente resulta en una menor recurrencia de antibióticos en enfermedades y condiciones agudas. Si bien los resultados fueron obtenidos de casos en niños e infantes, Daniel Merenstein, profesor de la Escuela de Medicina de la Universidad de Georgetown y miembro del equipo de investigación, afirmó que el descubrimiento podría llegar a aplicar para todos los grupos poblacionales.
Ya tenemos evidencia que el consumo de probióticos reduce la incidencia, duración y severidad de algunas infecciones agudas respiratorias y gastrointestinales. La pregunta es determinar si esta reducción está firmemente ligada a un menor uso de antibióticos, y en este estudio tenemos una asociación. Sin embargo, todavía necesitamos más estudios en todos los grupos de edad, en especial entre los adultos mayores.
De los mil 533 casos estudiados, se encontró que a aquellos jóvenes que consumieron probióticos (específicamente Lactobacillus y Bifidobacterium) se les fueron recetados antibióticos hasta 29 por ciento menos que en el grupo de control. Cuando se redujo la muestra hasta incluir únicamente resultados con bajo sesgo, se encontró que se redujeron las prescripciones farmacéuticas convencionales en más del 50 por ciento.
Si la relación entre los probióticos y los antibióticos prueba ser verdadera en todos los grupos de edad, se tendría una nueva alternativa en el combate contra la resistencia bacteriana. Conforme más infecciones se han vuelto más resistentes a los fármacos convencionales, se han planteado varias soluciones a este creciente problema, entre ellas el uso de medicamentos discontinuados por su toxicidad y la modificación genética de bacteriófagos.