A algunos les gusta pensar que existe un complot en contra del gremio médico; que el “gobierno” o ciertas fuerzas que no conocemos quieren destruir o desprestigiar a los médicos, pero la realidad es que el peor enemigo del gremio somos nosotros mismos. La mayoría de las prácticas autoritarias, los abusos y los excesos de la autoridad se dan entre nosotros; los peores directivos en nuestros hospitales por lo general son médicos. Es cierto que nuestras leyes y la manera en que se comportan nuestras autoridades no médicas dejan mucho que desear, pero a fin de cuentas somos nosotros los que hemos permitido que las cosas llegan al punto en el que se encuentran.
En mi práctica diaria, cuando podemos llevar ante las autoridades no médicas uno de estos casos de abuso o malos tratos en contra del personal de salud, no es raro encontrar que dichas autoridades se sorprenden de la manera en que el personal de salud se comporta dentro del Sistema de Salud. No entienden como soportamos tanto y no levantamos la voz y como le tenemos tanto miedo a nuestros directivos. A muchas autoridades les sorprenden nuestros usos y costumbre tan violentos dentro de nuestros hospitales.
No niego que existen malos directivos, pacientes y familiares conflictivos, corrupción, tráfico de influencias y autoridades extorsionadoras. Todo eso existe, pero también existen buenos médicos y directivos que quieren hacer las cosas diferentes y no pueden, porque se enfrentan contra una inercia y una cultura de décadas que nadie se atreve a poner en entredicho.
En la década de 1960, Aleksandr Solzhenitsyn (Premio Nobel de literatura, 1970), publicó un libro titulado Un día en la vida de Iván Denísovich, que retrataba la vida diaria de los presos en los campos de trabajo durante el régimen estalinista. Solzhenitsyn había pasado algunos años en un campo de trabajos forzados y, por lo tanto, había sufrido en carne propia los abusos. Posteriormente, en su Libro Archipélago GULAG, el autor dice con asombro que muchos en la Unión Soviética leyeron su libro y que incluso le recriminaban por presenta un cuadro muy suavizado de lo que realmente sucedía en los campos. Que cada uno de ellos conocía tratos incluso peores de lo que se narra en el libro. Al autor le sorprendió no solamente que todos sabían lo que ocurría, sino que nadie hacía nada. La verdad estaba a simple vista, pero todos preferían ignorarla.
En mi caso particular me sucedió algo similar; escribí dos libros sobre las condiciones de trabajo de los médicos residentes en México. La respuesta que he recibido es que todo mundo conoce la situación, la gran mayoría no está de acuerdo y algunos piensan que me quedé corto al escribir mis libros, pero lo que más me sorprende es lo poco que hacemos por cambiar las cosas. Parece que preferimos ignorarlo. Como diría Edmund Burke: “para que el mal triunfe, solo se necesita que la gente buena no haga nada.”
Cosas similares me han ocurrido cuando escribo sobre las simulaciones contractuales en el sector salud, los bajos sueldos, los abusos laborales, parece que todos sabemos del tema, pero preferimos mirar para otro lado.
En otro libro titulado El Efecto Lucifer, el psicólogo social Philip Zimbardo, describe el experimento de la prisión de Stanford, en dónde colocó a 20 estudiantes universitarios en un prisión simulada, eligiendo al azar quienes serían los guardias y los prisioneros. A los pocos días tuvo que dar por concluido el experimento porque los guardias estaban abusando demasiado y de manera progresiva de los prisiones. En sus conclusiones, el doctor menciona que los sistemas pueden convertirse en seres autónomos, independiente de aquellos que los iniciaron o aparentemente son sus autoridades. Cada sistema desarrolla su propia cultura.
En el caso del sistema de salud es evidente que muchas cosas andan mal, muchos quieren cambiarlas, pero pocos están dispuestos a asumir el riesgo de levantar la voz. Nos gusta pensar que existe un ser malvado que nos mantiene oprimidos, no nos gusta reconocer que muchas veces somos nosotros, con nuestra conformidad y silencio, los que permitimos que estas culturas perversas sigan cobrando víctimas. Yo estoy convencido de que existen malos directos, corrupción y tráfico de influencias, pero también que la mayoría de los problemas se deben a la manera en que nos hemos acostumbrado a vivir con los problemas y no hacerles frente. Yo he escuchado a buenos jefes de enseñanza y directivos preocupados por la situación en la que nos encontramos. A muchos no les gustan las simulaciones contractuales, también intentan mejorar el ambiente dentro de sus residencias, pero no pueden. También he escuchado a residentes que trataron bien a sus R1, sólo para verlos convertidos en tiranos cuando ellos llegaron al R2 y el R3.
Hemos dejado que las malas prácticas y la cultura del abuso y del mirar para otro lado sean la norma en nuestros hospitales. Los problemas del sistema de salud son muy complejos y desde mi punto de vista no se deben sólo a unos cuantos seres malvados, sino a la manera en que el gremio se comporta y responde a dichos problemas. A la falta de solidaridad e indiferencia que mostramos todos los días.
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