Estamos al final de un año más y apenas a unos días de comenzar el 2018. Nos encontramos, de pronto y con asombro, en el umbral de un nuevo año. Nos lamentamos de la rapidez con la que se fue el 2017, escapándose como agua entre los dedos.
Ante la coyuntura del año que está próximo a iniciar, parece oportuno reflexionar sobre el tiempo, la temporalidad y algo más… como la brevedad de la vida. Al traspasar esta marca de tiempo se impone realizar un balance de pérdidas y ganancias, un examen de logros y fracasos, pues según la conocida frase de Sócrates, “una vida que no se examina no es digna de vivirse”. Por lo demás, sin autoexamen y sin autocrítica no podríamos programas sabiamente las direcciones del porvenir.
Robert Waldinger, psiquiatra y psicoanalista en una de las TED-Talks de mayor éxito a dos años de ser presentada, director del “Estudio del desarrollo adulto” de la Universidad de Harvard, realizado durante más de 75 años, comenta:
¿Qué es lo que nos mantiene más saludables y felices? Tuvo como objetivo rastrear la vida de 724 hombres a finales de la década de los años treinta, desde que eran adolescentes y hasta su octava década de vida. Las lecciones del estudio no tienen que ver con posesiones, riqueza y fama. El mensaje más claro del estudio es: Las buenas relaciones nos hacen más felices y más saludables y el grado de satisfacción que se tiene en las relaciones es lo más importante de acuerdo a este estudio.
Los encuestados de la generación del milenio, cuando eran adultos jóvenes creían que la fama, la riqueza y lograr grandes cosas era lo que necesitaban para tener una vida buena; sin embargo, con el tiempo este estudio ilustra que les fue mejor a las personas que se inclinaron por las relaciones, la familia, los amigos y la comunidad.
En efecto, en la vida no se trata solo de tiempos de producción y de efectividad laboral, sino también de tiempos de relación, de ocasiones de encuentro, creando vínculos con los demás.
Las condiciones de vida actual, aún desde el punto de vista más elemental, prescriben cooperación y fraternidad entre los grupos e individuos, pero el escenario real parece más un campo de batalla. Los habitantes de los distintos países se matan crecientemente unos a otros a intervalos irregulares, con lo que también por esta razón debe sentir terror todo el que piense en el futuro. Parece casi como si el destino de las naciones se tuviera que ceder inevitable a un espiral de violencia polimórfico-destructivo fuera de control y a un cáncer que enferma el cuerpo social exacerbando las tendencias a “tener”, “poder” y “aparentar” creando un caldo de cultivo para todo tipo de corrupción.
El mismo Albert Einstein en unos de sus escritos menos técnicos, con especial atención a los problemas sociales y políticos lo señala:
Débase esto al hecho de que la inteligencia y el carácter de las masas son incomparablemente inferiores a la inteligencia y el carácter de los pocos que producen algo valioso para la comunidad.
El tiempo y la temporalidad
El mes de enero recibe su nombre de Jano, (Ianuarius en latín y January en inglés) el dios romano que se representaba con dos rostros, uno viendo al pasado y otro al porvenir. El tiempo pesa, pasa y traspasa, en su incesante fluir “el tiempo todo lo desmorona” acosa, agobia al ser humano, más al principio del año, consideramos el tiempo menos como pasado y más como presente y futuro. En esta dimensión de futuro la vida se abre a horizontes, a nuevos proyectos y expectativas esperanzadoras. Nos sentimos más jóvenes y contemplamos el futuro como una dimensión indefinida, luminosa y atrayente.
Hoy más que nunca sentimos que el tiempo se desliza con mayor rapidez, al igual que la vida misma; casi sin darnos cuenta. La obsesión por la velocidad, una característica de nuestro tiempo que degenera en apresuramiento, “matándolo” huyendo de él, viviendo de prisa que no necesariamente significa dominarlo ni aprovecharlo; sin tener tiempo para relacionarnos con los demás, para encontrarnos con los otros. Para Jorge Luis Borges, el tiempo se presenta como una preocupación y un inquietante fenómeno metafísico-literario, plasmando la fugacidad del tiempo en diversos poemas, como en “Arte poética”:
Mirar el río hecho de tiempo y agua
Y recordar que el tiempo es otro río
Saber que nos perdemos como el río
Y que los rostros pasan como el agua.
La Brevedad de la Vida
Séneca observa que muchos hombres lamentan que se les haya concedido muy poco tiempo de vida, y de que ésta se llegue a extinguir cuando supuestamente están más preparados para ella. El filósofo estoico replica a este lamento: que no es que tengamos poco tiempo, sino que perdemos mucho tiempo. ¿Acaso nosotros hacemos la vida más breve, disipando el tiempo en bagatelas?
Algunos da la impresión, abrevian sus vidas con la ociosidad, otro grupo se haya un poco más inclinado y entusiasmado a invertir su tiempo con pasiones insaciables: la avaricia, drogas y la bebida… sumergidos y atados a estos deseos, casi no cuentan con tiempo para ellos mismos. En realidad tienen más años de los que cuentan y cuando les llega la muerte, ésta les parece un tanto cuanto prematura. El vértigo de la agitación puede provocar que la vida se escapa aceleradamente y se le prive de dimensiones algo más profundas.
De la misma manera el pensamiento epicúreo conlleva unos matices más lúgubres. El tiempo con su simple “pasar” todo lo desgasta, todo lo estraga, todo lo amenaza. Oxida los anillos, despinta las puertas, aja los rostros, consume los plazos de los seguros y pone límites a los compromisos más solemnes. Sin embargo, también tiene funciones positivas; cicatriza las heridas y hasta nos hace conscientes de nuestra caducidad. De igual manera el humanismo no es nada nuevo en la medicina, forma parte muy íntima de la ética del arte de curar. Lo nuevo (y ya no tanto) es que hasta ahora nos demos cuenta de ello.
Paradójicamente, empero; el hombre se ha vuelto esclavo del tiempo. Pérez Valera señala además que el importante pero pobre progreso material, deshumaniza al hombre, lo aliena, lo reduce a homo oeconomicus. Esta apertura a la auténtica novedad, al año nuevo es lo que constituye al hombre creador de su historia.
Tiempo de reflexión
El carpe diem de Horacio, el sacarle el jugo a cada día, nos recuerda que somos como estrellas fugaces, que sólo tenemos una breve oportunidad de iluminar nuestro mundo, para luego extinguirnos.
El hombre es una posibilidad siempre abierta, es el único que como dice Martin Heidegger, “tiene su ser como tarea”. Cada proyecto que realizamos nos realiza, pero no somos la suma de nuestros proyectos, tal vez nuestro principal proyecto es de ser, de ser más, desarrollando al máximo nuestras potencialidades en búsqueda constante de superación, a fin de “ser hombres y mujeres para los demás”, cualidades y aptitudes valiosas para el bien común.
Probablemente no, pero una comunidad de individuos cortados con el mismo patrón, sin originalidad ni objetivos propios sería una comunidad sin posibilidades de evolución. El despertar este tipo de poderes psicológicos es, claro está, más complejo que el uso de la fuerza o la ambición individual desmedida, pero parece ser mucho más valioso, pues una época a la que se suele tachar de materialista transforma en héroes a hombres cuyos objetivos se han centrado en la esfera moral e intelectual. Habrá que asumir el tiempo como don que hay que aprovechar al máximo, pues la vida es breve, efímera e insegura.
No te preguntes qué puede hacer tu país por ti, pregúntate que puedes hacer tú por tú país.
–John F. Kennedy–