En 2012 la Organización Mundial de la Salud (OMS) reconoció a la demencia como una prioridad de salud pública. En este sentido, en nuestro país son más de 350 mil las personas que sufren de la Enfermedad de Alzheimer, padecimiento por el cual se registra el deceso de 2 mil 30 personas al año en México. En cuanto a las cifras a nivel mundial, el Instituto Karolinska de Suecia y el King’s College de Londres estiman que el número de pacientes se duplicará para 2030 y para 2050 será el triple.
Si bien existe una gran cantidad de información relativa a la prescripción de algunos tipos de fármacos psicotrópicos y sus efectos en adultos mayores, poca es la información en torno a las benzodiacepinas y otros fármacos relacionados entre personas con la Enfermedad de Alzheimer. Cabe destacar que el uso de este tipo de agentes farmacológicos es bastante elevado posterior al diagnóstico, mucho más que en aquellas personas no diagnosticadas con esta condición.
De acuerdo con nuevos estudio efectuados en la Universidad del Este en Finlandia, el uso de benzodiacepinas se encuentra relacionado con un incremento del 40 por ciento en el riesgo de mortalidad entre personas con la Enfermedad de Alzheimer.
Según se detalla, el aumento en la mortalidad entre este tipo de pacientes es directo desde el inicio del consumo de las benzodiacepinas y otros fármacos relacionados, incrementando el riesgo de presentar alguna de las siguientes condiciones:
Neumonía
- El incremento en la mortalidad es de un 30 por ciento, particularmente con fármacos benzodiacepinicos y en los primeros treinta días, con dificultad en el mecanismo de la deglución; aumentando el riesgo de aspiración de secreciones y del alimento. Por si fuera poco, también está en relación con los periodos de exacerbación de enfermedad pulmonar obstructiva crónica, aunado a la pérdida ponderal y a un sistema inmunológico deficiente susceptible de sufrir infecciones potencialmente mortales.
Fractura de cadera
- El riesgo se encuentra aumentado en 43 por ciento, especialmente en los primeros seis meses del uso de estos medicamentos. Llama la atención las estadías de hospitalización prolongadas (mayor a cuatro meses), son mucho más frecuentes en personas que consumieron estos fármacos que en quienes no lo utilizaban.
Enfermedad Vascular Cerebral
- Presentar un ictus en cualquiera de sus formas aumenta en un 20 por ciento, no explicado por factores de riesgo cardiovascular concomitantes, lo cual resulta de gran relevancia; ya que representa una de las causas de muerte principales en esta población.
Traumatismo craneoencefálico
- En el caso de los antidepresivos, han sido asociados con un riesgo mayor de lesiones cráneo-encefálicas durante los primeros treinta días de uso, persistiendo hasta los dos años después de su inicio. Las dificultades para la marcha y sostenerse en pie conllevan un aumento en este tipo de lesiones, haciéndose presente la violencia, el abuso y exclusión social del adulto mayor, quienes arriban al departamento de emergencias en condiciones de abandono, con deterioro avanzado y datos sugestivos de abuso físico, aportando suficientes elementos para realizar un diagnóstico etiológico con el objetivo de descartar procesos expansivos ameritando terapéutica quirúrgica.
Ante el aumento en el número de personas con este padecimiento y el uso de este tipo de agentes farmacológicos, urge concientizar sobre el tratamiento sintomático. Un cambio en la prescripción para las alteraciones afectivo-conductuales conlleva tiempo, esto sin contar que no se cuenta con una alternativa 100 por ciento efectiva y segura de uso para este tipo de agentes GABA agonistas.
Incluso cuando las mismas guías de tratamiento recomiendan opciones no-farmacológicas de primera línea (debiendo ser el punto de partida en aquellos pacientes con síntomas neuropsiquiátricos), existe un uso inadecuado e ilimitado en la prescripción de este tipo de fármacos.
¿Cuál es el punto de equilibrio?
Entre tolerar a un familiar inquieto y agresivo o uno excesivamente sedado, la respuesta parece imposible de encontrar. De tal modo, el uso de benzodiacepinas y antidepresivos debe ser considerado de forma cuidadosa, con supervisión estrecha, a corto plazo y, de ser posible, con dosis flexibles, pequeñas, eficaces; es decir, la cantidad necesaria del fármaco para producir una determinada respuesta. Además debe de realizarse con intervalos intercalados, respetando el estado de alerta diurno del paciente, no obstante la progresiva irracionalidad del mismo, pues el conseguir su cooperación y evitar situaciones conflictivas hace que se requieran dosis durante el periodo de vigilia cuando la ansiedad es significativa, cuando la agitación y los trastornos relacionados con el sueño representan un desgaste psicológico para los cuidadores.
Tan pronto como los síntomas neuropsiquiátricos de puedan resolver, la disminución del fármaco o su interrupción deben de ser consideradas a fin de prevenir los riesgos que representan las diferentes entidades comentadas y que ponen en riesgo la vida del paciente, siendo muy probable, además, que el riesgo sea muy similar también entre personas de la tercera edad sin ser necesariamente portadores del Alzheimer.
Una no despreciable dosis de verdad es el consumo de remedios naturales, la “hierba de San Juan”, comúnmente preparada para los síntomas depresivos sin evidencias científicas que corroboren sus supuestas propiedades beneficiosas, ha sido relacionada con brotes psicóticos en personas con y sin enfermedad de Alzheimer, cuyo sustento neuro-farmacológico se explica por la interacción en el metabolismo aumentando la concentración y efectos de estos fármacos, sin quedar de lado la interacción misma del jugo de toronja.
Vale la pena recordar que el Alzheimer se trata de una entidad progresiva, un reto económico y un problema de prioridad pública que abarca a las familias y no únicamente al paciente, dando la impresión que todavía no se toma lo suficientemente en serio como algunas otras enfermedades, y ante eso, algunos todavía creen que sólo se trata de un problema relacionado con la edad; sin embargo, hoy día es en realidad una patología neurológica compleja, a la cual debe de procurársele la atención necesaria, pues ni siquiera se tiene en cuenta en los certificados de defunción, lo que lleva a una subestimación de los casos morales asociados.