Ante cualquier enfermedad, las abuelas con increíble destreza hicieron uso de todo su conocimiento para cuidarnos. Ellas desconocían la forma cómo se replica un virus o cómo realiza su invasión en el tracto respiratorio, ni cómo se multiplican al interior de las células, para ellas sólo existía la idea de alimentar bien a sus familias, aunque no supieran de minerales y vitaminas o cuál era la combinación ideal de los alimentos; sólo sabían de calditos, coladas y “bebidas”, además, que había que conservar la calma, dormir lo suficiente y nada de comida trasnochada. La medicina ancestral, con sus hervidos de hojas, raíces y cáscaras, o los vapores terapéuticos del poderoso eucalipto que, inhalado descongestiona los pulmones.
Es una lástima que la investigación de la farmacología vegetal no sea de interés para el mundo académico. La poderosa industria farmacéutica, con su búsqueda de otros principios activos y el interés del mercado y la próspera economía, ahogue aquellas prácticas salidas de la observación de la naturaleza, de abuelas y yerbateros. No se trata de generar rivalidad entre dos formas tan diferentes de buscar la salud o de establecer cuál es la más efectiva. Se trata de poner una al servicio de las otras.
Para las abuelas, que parecían ser alumnas de Hipócrates, la enfermedad es causada por un desequilibrio y que hay que ayudarle para que recobre su ordenamiento. De ahí, que las “bebidas” elaboradas con plantas medicinales, el descanso, los cuidados maternales, las sonrisas y el buen humor, proporcionen un alivio reconfortante.
Hay plantas para todo. El boldo, para limpiar el riñón; la acacia, para los males del hígado; la cuasia, para el asma; la guayabilla, para limpiar la sangre; el anamú, por sus efectos antitumorales y hasta combate el cáncer.
Y “bebidas” insuperables para las afecciones respiratorias: las cáscaras de mandarina, mango maduro, flores de tilo, panela y miel, tomadas antes de dormir; el jugo de naranja y miel, tomadas calientes varias veces al día; las flores del saúco hervidas con dos cucharadas de miel, para tomar varias veces al día. Para aliviar la tos: en un litro de agua hervida agregue una cebolla picada, dos dientes de ajo y tres cucharadas de miel; o para la “pulmonía”, como decía la abuela, el jugo de un limón con dos cucharadas de aceite de oliva virgen y tres cucharadas de miel, tomando una cucharada tibiecita tres veces al día por nueve días. Miel, miel, miel, por todas partes miel, hoy se sabe de su poder respecto a las inmunoglobulinas (la miel tiene propiedades de estimulación inmunológica).[1]
Ante todo, es necesario reconocer algunas señales básicas de alarma y que son indicadores de riesgo para el paciente, que deben alarmar sobre la necesidad imperiosa de la presencia de un médico que realice una remisión oportuna al centro de salud o al hospital, según sean las complicaciones o los riesgos de la enfermedad para realizar un tratamiento adecuado.
No debemos desechar la sabiduría ancestral. Existen elementos comunes como las plantas, que nos permiten comprender en profundidad, el valor de un acercamiento, e incluso el aprendizaje que se obtiene al evaluar las prácticas de la medicina natural y aplicarlas en el contexto de la medicina moderna, generando una visión amplia para descubrir que ambas forman parte de una “vida saludable”