El objetivo final de cualquier acto médico es la resolución o atenuación de algún problema de salud que presenta un paciente. Sin embargo, los profesionales sanitarios se enfrentan constantemente a la ardua tarea de conseguir que los pacientes cumplan al pie de la letra con las indicaciones.
De hecho, según estimaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS) sólo el 50% de los pacientes con afecciones crónicas que viven en países desarrollados, cumple apropiadamente el tratamiento, y lo más alarmante es que este porcentaje es aún menor en países en vías de desarrollo, como Ecuador.
En un informe publicado por este organismo en el año 2003, se define el término adherencia al tratamiento como: “el grado en el que la conducta de un paciente, en relación con la toma de medicación, el seguimiento de una dieta o la modificación de los hábitos de vida, se corresponde con las recomendaciones acordadas con el profesional sanitario”.
En este contexto, no es de extrañar que la adherencia al tratamiento sea tan reducida en nuestros países, en los que una parte importante de la población vive en el umbral de la pobreza, especialmente en zonas rurales.
Por su parte, la persistencia se describe como el uso de la medicación de forma adecuada por largos períodos; cosa que como ya hemos visto no ocurre con tanta frecuencia en personas con enfermedades crónicas.
El principal problema de la falta de persistencia, no solo es el desperdicio de recursos asistenciales, sino las complicaciones médicas que acarrea a la larga esta situación.
Consecuencias clínicas
Los medicamentos son uno de los principales recursos terapéuticos para cuidar la salud. Sin embargo, la no adherencia se traduce en un empeoramiento de la enfermedad, lo que disminuye significativamente la calidad de vida de los pacientes e incrementa la morbi-mortalidad.
Consecuencias económicas
Cuando un enfermo acude a un centro de salud, se generan una serie de costos asociados al acto médico. Estos abarcan desde los gastos administrativos hasta los hospitalarios, pasando por los costes de consulta externa, pruebas complementarias, procedimientos y cirugías, etc.
Cuando un paciente no se adhiere al tratamiento, estos gastos se incrementan de forma exponencial. De hecho, en EEUU los costes de hospitalización por mala adherencia representan cerca de 13,350 millones de dólares anuales.
¿Por qué los pacientes no siguen el tratamiento?
Las razones son muchas, y pueden estar relacionadas con el paciente, bien sea con su nivel sociocultural, la presencia de trastornos cognitivos o la edad. También pueden ser inherentes al fármaco y los efectos adversos que produce en el paciente, o su forma farmacéutica.
Pero en general, existen dos razones principales: el olvido por parte del paciente y la poca comprensión de las indicaciones médicas. Cosa que ocurre en la mayoría de los pacientes que deben tomar por lo menos 3 o 4 fármacos, como los diabéticos e hipertensos, quienes tienen las tasas más altas de incumplimiento.
¿Qué podemos hacer?
Simplificar los esquemas de tratamiento es una opción viable para la mayoría de los pacientes, colocando horas adecuadas para tomar la medicación y agrupando tantos fármacos como sea posible.
Sin embargo, sabemos que no en todos los casos es posible realizar tal ajuste, por lo que podría sugerirse el uso de pastilleros, la creación de un cronograma diario y la configuración de alarmas.
Otra estrategia, más simple y con más impacto es dedicar tiempo a crear conciencia en los pacientes sobre la importancia que su tratamiento tiene para la vida.
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