“No hay nada noble en ser superior a otro hombre. La verdadera nobleza está en ser superior a tu yo anterior .”
-Proverbio hindú-
Hace algún tiempo tuve un estudiante brillante al cual supervisaba. Se encontraba terminado su residencia y a pesar de sus conocimientos tenía un terrible problema… nadie lo quería. Ni las enfermeras, ni el resto de los residentes y mucho menos los pacientes. Nunca miraba a nadie a los ojos y dar alguna explicación a cualquier paciente o familiar parecía indigno de él. Su comportamiento hacia los enfermos simplemente dejaba mucho que desear.
A pesar de todo, no creo que haya sido algo que él escogió. Estoy convencida que todos debemos atravesar una etapa de “homo horribilis”, el verdadero problema radica en que muchos se quedan permanentemente varados en dicho modo de actuar y de pensar.
Lo que la gran mayoría de nosotros ignoramos es lo aterrador que resulta darnos cuenta que somos responsables del paciente y que el mundo académico es habitualmente un ámbito sumamente hostil, donde muchos “educan” de una manera predatoria, buscando el más mínimo error, así como la humillación del estudiante, interno, residente y personal de enfermería.
Una cosa es enseñar a nuestros estudiantes y jóvenes profesionistas a ser capaces de sostener un argumento brindándoles los fundamentos suficientes para defender un diagnóstico y un tratamiento, poder hacer la transición entre un profesional de la salud que sabe lo que hay en los libros y un profesional de la salud que puede desarrollarse en el entorno clínico; y otra muy diferente dejar de lado el método socrático, y pasar a acosar y hostigar con el único propósito de disminuir a una persona, esto sin mencionar las espeluznantes horas que se deben laborar.
De acuerdo con algunas estadísticas, hasta el 85 por ciento de los estudiantes, internos y residentes consideran que han sido explotados y maltratados no sólo física, sino emocionalmente a lo largo de su formación médica; dato por demás alarmante.
Personalmente, me sentía esclavizada con semanas de más de 120 horas y guardias de entre 36 y 48 horas, esto aunado a las personas de arriba, quienes se sentían en la necesidad de tratarme con la punta del pie. Por increíble que parezca, la mayor parte del tiempo no sabía ni siquiera en qué día vivía.
Un buen día mi director de residencia (quien traía en la mira a todos los internos extranjeros, cabe destacar), se acercó y me dijo que me iba a despedir debido a que me encontraba retrasada con no sé cuántos expedientes (probablemente 5). Lo único que recuerdo es que en aquel momento procedí a sacar de bolsillo de mi muy arrugada y no muy blanca bata una gran botella de antiácido, misma a la cual di un trago para posteriormente decirle de forma muy casual que no podía despedirme, “a los esclavos, hay que venderlos”, le dije. Desde ese día me dejó en paz y con el paso del tiempo se transformó en uno de los maestros que más me apoyó. Quizás corrí con suerte, quizás fue que mi respuesta marcó un nuevo límite a su comportamiento hacia mí.
Pero, ¿por qué no hacemos nada la respecto?, ¿en realidad pensamos que la tradición de “el que no sufre, no aprende”, es válida?
La respuesta parece ser bastante simple. Miedo a no querer cambiar lo que tradicionalmente “es”; miedo a que nos despidan de una plaza o terror de simplemente no obtenerla por una mala recomendación; miedo a ser discriminado por nuestro género o nuestra orientación. Siempre será mucho más fácil no “hacer olas”.
¿Las leyes en realidad a quién protegen?
¿La Ley Federal de Trabajo, Las Leyes de derechos humanos, que papel juegan en todo esto?
¿Los cambios establecido en 2013 han tenido algún impacto?
Lo que sí es un hecho es que han habido ya múltiples quejas ante la Comisión de Derechos Humanos y demandas a instituciones en los últimos años; sin embargo, al fin del día no es suficiente, pues no estamos cambiando el origen de dichas actitudes.
La verdad innegable es que no decir nada nos convierte en parte del problema y en un futuro los que cargarán la antorcha de esta costumbre a nuevas generaciones. Cosa que sucedió con mi pobre residente. Finalmente se sintió con el poder de la revancha, sin entender que se convirtió en esa casta “indeseable” de médico. El médico que es hostil con el paciente y todo su equipo.
Es la proverbial piedra que rueda hacia abajo de una colina, todos asechan a todos dependiendo de su poder percibido.
Cuéntanos tus experiencias y qué pasos crees que se pueden tomar para cambiar la cultura del médico patán.