A lo largo de tus años como médico seguramente te has encontrado, en más de una ocasión, con objetos extraños que por alguna razón llegaron al interior del cuerpo de uno (o varios) de tus pacientes. El siguiente caso es uno de éstos, uno que te ayudará a solicitarle a tus pacientes poner un límite al afecto que sienten por sus mascotas.
Todo comenzó para Michelle Barrow como una visita rutinaria al ginecólogo, visita durante la cual la mujer indicó la presencia de un dolor en el abdomen, mismo que atribuyó a su DIU; sin embargo, el médico en turno prefirió realizar una inspección más minuciosa para descartar algún padecimiento más serio como quistes en el ovario.
Para sorpresa del médico la causa del dolor no fueron los temidos quistes, sino una bola de pelo de dos pulgadas de diámetro, misma que se había atorado en los filamentos de cobre del DIU de la mujer, provocando su crecimiento y el dolor que la mujer sentía en el vientre.
De acuerdo con la teoría de la propia mujer el pelo de sus gatos (Cricket y Donut) debió haber llegado a su vagina mientras tenía sexo con su novio, quien de forma accidental introdujo el pelo de los animales provocando que éste se atorara en el DIU de la mujer y creciera de manera desmedida por más de un mes.
Cabe destacar que, según lo narrado por la paciente, sus gatos son habitantes habituales del dormitorio de la pareja, por lo que no es raro encontrar su pelaje en las sábanas, situación que refuerza su teoría de cómo pudo terminar con una bola de pelo de gato en la vagina.
Afortunadamente para la mujer, lo que pudo haber terminado con una fea infección vaginal terminó en una simple e incómoda sorpresa que quizás puedas emplear con tus pacientes para hacerles notar los riesgos que implica una relación tan cercana con sus mascotas, especialmente en lugares donde se requiere una mayor higiene.