Utilizadas desde la década de los 90 por mujeres de distintas partes del mundo, las mallas vaginales surgieron para aliviar la incontinencia y el prolapso pélvico, es decir, el desplazamiento o descenso de órganos internos de la zona pélvica que salen de su ubicación natural.
La caída, descenso o salida de los órganos pélvicos tiende a ocurrir después de múltiples embarazos y partos debido a que producen un enorme estrés en el suelo pélvico femenino, aunque no siempre es a consecuencia de eso.
Pero a pesar de ser relativamente nuevas, su utilidad se ha puesto en duda debido a que en el Reino Unido más de 800 mujeres están denunciando al servicio de salud de su país y a los fabricantes de implantes transvaginales por las molestias y daños que provocan.
Una de las afectadas es Kate Langley, quien acusó a estos implantes de “barbáricos”. En entrevista para la BBC, dijo que tuvo que renunciar a su trabajo por el dolor extremo que sentía. Ha tenido que pasar por 53 hospitalizaciones para tratar de ponerle fin a su malestar pero debido a que la malla se encuentra demasiado cerca del nervio, los médicos no han podido extraerla totalmente.
Estos trasplantes vaginales están hechos de polipropileno, el mismo material con el que se empaquetan varios alimentos, entre otros productos.
De acuerdo con cifras del uroginecólogo Eduardo Cortés, especialista en los problemas pélvicos e incontinencia de la mujer del Kingston Hospital NHS Foundation Trust, de Londres, se estima que 50 por ciento de las mujeres experimentará en su vida algún tipo de prolapso de órganos pélvicos, de las que un 11 por ciento requerirá cirugía.