En el 2016 la UNESCO publicó que tres de cada diez investigadores en todo el mundo son mujeres.
Son incontables los nombres de las científicas cuyas investigaciones han cambiado el mundo a mejor, pero son muy pocas las que han pasado a ser reconocidas por las sociedades de su tiempo y por nuestra historia moderna. Para citar un ejemplo Martha Gómez, oriunda de Pereira, es una verdadera autoridad mundial en clonación. Como investigadora y científica, salvó especies de gatos salvajes africanos que estaban en vía de extensión. A nivel mundial sus logros han sido calificados como sobresalientes, aunque en Colombia poco se sabe sobre ella, sobre sus publicaciones científicas, sobre sus continuos viajes investigativos, ni su actividad como conferencista en foros, debates o congresos científicos internacionales.
La ciencia se ha visto, como en todos los ámbitos de la vida, inmersa en medio de una cultura patriarcal donde los conocimientos que se iban generando estaban, globalmente, sesgados, inclinados hacia los hombres, hacia las personas del mundo occidental, parcializados hacia las clases medias, hacia las personas de raza blanca, hacia las personas heterosexuales y las personas cisgénero (aquellas cuya identidad de género concuerda con el género asignado al nacer). En definitiva, las diferentes relaciones de poder que se gestan en la sociedad se reproducen y reflejan en la esfera científica.[1]
La diferencia biológica del hombre y la mujer, se evidencia en el metabolismo, la fisiología hormonal, la composición corporal, en la forma de enfermar. Esto sirve para referenciar que en el ámbito de las Ciencias de la Salud los estudios farmacológicos son aplicados a hombres o animales macho por su mayor sencillez, esto ocurrió porque se sospechaba que las variaciones hormonales de las hembras o mujeres harían los resultados obtenidos más variables y confusos, siendo necesarios más individuos, tiempo y dinero para llevar a cabo los experimentos y así conseguir conclusiones claras. Pero los productos obtenidos se venden a todo el conjunto de la población. Todo sumado a que ciertas enfermedades que sólo se encuentran en mujeres cisgénero, como la endometriosis, sufren una importante falta de investigación y, por tanto, de tratamientos.[2]
En 1933 a 1977 se prohibía la participación de las mujeres en los ensayos clínicos, la medida altamente paternalista “todo para las mujeres, pero sin las mujeres” produjo efecto contrario de lo que buscaban a largo plazo (proteger y mejorar la salud de este colectivo).
En Colombia vivimos sumidos en un sexismo que se oculta en pequeñas pero poderosas desigualdades, citados en la violencia contra la mujer, la diferencia de salarios, el constante acoso e incluso las ubicaciones de las mujeres en los más altos puestos del Gobierno Nacional. La diferencia salarial entre mujeres y hombres en Colombia es de un 35,8% inferior a la de los hombres. Y peor aún esto ocurre en áreas científicas, en medicina o cualquier otra y más decepcionante también a nivel mundial.
Sencillamente no se trata de una competencia entre géneros, se trata de una igualdad de capacidades, de un equilibrio complementario donde cada persona independiente de su género realice sus mejores aportes en el campo científico reflejado en el mejoramiento de una medicina eficaz, justa, excelente, veraz, equilibrada.
[1] (Menéndez, 2018)
[2] (Samper, 2017)
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