Desde siempre, se ha considerado que la sangre es como la esencia de la vida y la humanidad se ha sentido atraída por ella. El hecho de que cese la vida al perderse, ha estimulado la curiosidad por saber su origen, su composición y la forma de moverse.
Desde la antigüedad, para la fisiología Galénica, la sangre se forma en el hígado a partir de los alimentos ingeridos, después de haber sufrido una primera elaboración en los intestinos. Los alimentos en forma de quilo pasan al hígado a través de la vena porta, donde, mediante una segunda elaboración, el quilo se transforma en sangre nutricia y continúa siendo trasformada por los demás órganos, que la purifican y preparan para cumplir con sus funciones nutricias1.
En su obra Motu Cordis, William Harvey2 cambia el concepto, no sólo sobre el movimiento de la sangre, sino también sobre su composición. Motu Cordis, es el primer tratado sobre la composición y funciones del líquido hemático, donde la función del corazón es la de enviar la sangre a los tejidos para llevar el pneuma, tanto nutricio como vital. La sangre líquida lleva la vida, pero el corazón, es necesario para moverla.
Marcello Malpighi (1628-1694), encontró la comunicación microscópica entre los vasos arteriales y venosos a través de los capilares, quedando claro que la sangre no se regeneraba constantemente a partir del hígado, como pensaba Galeno dieciséis siglos atrás, sino que el contenido del sistema vascular se mantenía constante en volumen gracias al movimiento del corazón.
Durante la primera mitad del siglo XIX surgen en París dos obras dedicadas a las células de la sangre: Ensayos de Hematología Patológica, de Gabriel Andral3 y el Curso de Microscopía, de Alfred Donné4, donde se pone especial atención a los procedimientos microscópicos y al contenido de glóbulos en la sangre.
El reconocimiento de las plaquetas como una tercera partícula en la sangre se debe a los trabajos de Giulio Bizzozero (1846-1901), y George Hayem (1841-1935)5. Este último, comunico que “en la sangre de todos los vertebrados existen unos pequeños elementos que no son ni los glóbulos rojos ni los glóbulos blancos” llamándolos hematoblastos, porque pensó que eran precursores de los eritrocitos. Describió cómo se agregan y cambian de forma y su interacción con la fibrina cuando la sangre es removida. Reconoció que detienen la hemorragia y les atribuyó una doble función: “acelerar la coagulación y jugar un papel en la regeneración de la sangre”.
Ya para el siglo XX se conoce el significado clínico de las variaciones de las células de la sangre; se habían descubierto centenares de sustancias diversas en el plasma, entre proteínas, lípidos, carbohidratos y sales, involucradas en las más diversas funciones, a lo que contribuyó de manera notable el programa de fraccionamiento del plasma de Edwin J. Cohen, desarrollado en Harvard en la década de 19406. Con el estudio de la composición de la sangre y de otros líquidos como la orina, surgen el laboratorio clínico y algunas especialidades médicas modernas, con la orientación de la iatroquímica, como la Hematología, Infectología, Patología Clínica, Inmunología y otras, a diferencia de las especialidades con orientación iatrofísica, como lo son la Cardiología, Angiología y Neumología.
REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS
- García–Ballester L. Galeno. Madrid: Ediciones Guadarrama; 1972, p. 124–31.
- Harvey W. De Motu Cordis et sanguinis in animalibus. Frankfort del Main. W. Fitzer; 1628.
- Andral G. Essai d’Hématologie pathologique. Paris: Fortin, Masson et Cié Lib; 1843.
- Donné A. Cours de Microscopie complémentaire. Paris: Bailliére; 1844.
- Izaguirre R. Evolución del conocimiento sobre las plaquetas. Arch Inst. Cardiol. Mex 1997; 67: 511–20.
- Cohn E. J. The separation of blood into fractions of therapeutic value. Ann Intern Med 1947; 26: 341–52.
- Material dirigido solo a profesionales de la Salud
- Información realizada para profesionales de la salud en territorio colombiano
- Todo lo publicado en la plataforma es una recomendación, más no una prescripción o indicación médica
RB-M-55109