La música es un arte que forma parte importante en la vida de los seres humanos. Nos permite disfrutar de momentos placenteros, estimula recuerdos, revive emociones.
Todo esto, que resulta tan natural y cotidiano, es producto de complejos mecanismos neuronales. Las neurociencias investigan constantemente el efecto que tiene la música sobre nuestro cerebro.
La música existe mucho antes que el lenguaje verbal. Prueba de ello está en los hallazgos arqueológicos de flautas construidas con huesos de aves, cuya antigüedad está estimada en 6 mil a 8 mil años, y más aún, en otros instrumentos que parecen proceder de los tiempos del homo sapiens. Son diversas las teorías en las que se plantea la coexistencia de la música con la evolución del hombre. Algunas de las teorías se dieron durante los estudios de la respuesta del cerebro a la música. Las áreas del cerebro que responden y se ven involucradas como respuesta a los estímulos musicales son las del control y la ejecución de movimientos. En una de estas hipótesis se postula que la música se desarrolló para ayudar en la creación de un movimiento acorde y rítmico. Algunos científicos, plantean a su vez, que la influencia de la música surgió como un hecho fortuito.
Tenemos contacto con la música desde el período de gestación. Los bebes, tienen la capacidad de responder a melodías mucho antes que a la comunicación verbal con sus padres. Los sonidos musicales suaves pueden relajar. En la actualidad, la técnica “canguro” con los prematuros, les permite a los bebes estar lo suficientemente cerca del corazón de su madre y son beneficiados por el sonido rítmico de los latidos.
La música es uno de los elementos que causa más placer a las personas. Ayudando a liberar dopamina en el cerebro, al igual que sucede con la comida, el sexo y las drogas. Todos estos estímulos dependen de un circuito cerebral subcortical en el sistema límbico, donde las estructuras cerebrales gestionan respuestas fisiológicas ante estímulos emocionales; en particular el núcleo caudado, el núcleo accumbens y las conexiones del área prefrontal.
La música tiene una estrecha relación con el lenguaje y es procesada por ambos hemisferios del cerebro, al igual que el lenguaje. Las melodías modulan el estado de ánimo y la fisiología humana, de manera mucho más eficaz que las palabras, mediando un dialogo más emocional.
La música es utilizada en el área de la salud con el fin de mejorar, mantener y recuperar funciones físicas, cognitivas, emocionales y sociales; también, ayuda a ralentizar el avance de diferentes condiciones médicas.
Con la ayuda de la musicoterapia, se busca activar procesos fisiológicos y emocionales para estimular funciones disminuidas o deterioradas. Con la ayuda de la música se han observado resultados positivos en pacientes con trastornos neurológicos, trastornos del movimiento, dificultades en el habla producto de un accidente cerebrovascular, demencia, entre otros.
La música activa y estimula casi todas las regiones del cerebro, por lo cual se convierte en una poderosa herramienta en el tratamiento de trastornos cerebrales y lesiones adquiridas. Estudios apoyados en neuroimágenes, demuestran que, tanto al hacer música como al escucharla, se estimulan conexiones en una amplia franja de las regiones cerebrales normalmente involucradas con el movimiento, la sensación, las emociones, la recompensa y la cognición.
La música favorece la neuroplasticidad, generando nuevas conexiones y circuitos con las que se compensan las deficiencias en las regiones dañadas del cerebro.
Con la música se logra mejorar y aumentar habilidades lingüísticas y matemáticas, viso espaciales y motoras, la expresión, las habilidades sociales, la memoria, la creatividad. En todas las culturas, las personas cantan y bailan juntas. ¿Cuál es la razón de ello?
REFERENCIAS
- Nilton Custodio, María Cano Campos. Efectos de la música sobre las funciones cognitivas. Instituto Periano de Neurociencias. [Internet] Disponible en: http://www.scielo.org.pe/pdf/rnp/v80n1/a08v80n1
- Buentello García RM, Martínes Rosas AR, Alonso Vanegas MA. Música y neurociencias. Arch Neurocien 2010; 15(3): 160-167
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