A pesar de la gran mortalidad por Covid-19, la enfermedad cardiaca isquémica continúa siendo la causa más común de muerte en México y en el mundo. De hecho, el Inegi reportó 218,885 muertes por infarto cardiaco, aún durante la pandemia. Lo más alarmante es que hubo un aumento de casos, ya que en 2019 se reportaron 200 muertes anuales y esa cifra subió a 600 en 2020.
Se estima que el infarto cardiaco representan el 77% del total de muertes de adultos en México
Las enfermedades no transmisibles (ENT), incluyendo enfermedades cardiovasculares, se estima que representan el 77% del total de muertes de adultos en México. Se trata de un problema de salud pública pues los problemas del corazón son la primera causa de muerte al año con 70 mil defunciones, principalmente por enfermedad isquémica coronaria y 26 mil por enfermedades cerebro vasculares.
Algunos de los factores de riesgo reconocidos en la población adulta del país son que 17% son fumadores, 7.2 litros de alcohol son consumidos por persona al año, 22.8% padecen hipertensión, 32.1% son obesos y 9.1 millones tienen diabetes.
Con cerca de 18 millones de defunciones anuales, las enfermedades cardiovasculares son la principal causa de muerte en el mundo. Estas enfermedades constituyen un grupo de trastornos del corazón que incluyen cardiopatías coronarias y enfermedades cerebrovasculares. Muchas de las cuales requerirán de intervenciones quirúrgicas derivadas de complicaciones.
COVID y muertes cardiovasculares
Las razones del aumento en las muertes cardiovasculares durante el inicio de la pandemia de COVID-19 probablemente sean multifactoriales, dicen los investigadores. Quizás lo más preocupante es que las personas que requirieron tratamiento de emergencia por problemas cardíacos pueden haber evitado la atención y murieron en casa.
Una tendencia inquietante que los expertos esperan que no se repita durante las próximas oleadas.
Cualquier infección, también la causada por el coronavirus produce una sobrecarga para el corazón. Por eso, “si un paciente presenta una enfermedad previa como, por ejemplo, insuficiencia cardiaca. El corazón empeorará su funcionamiento”, explica el Dr. Juan Cosín, presidente de la Asociación de Cardiología Clínica de la SEC. Esto puede producir una congestión o acumulo de líquido en los pulmones.“Lo que complicará la respiración y probablemente el curso de la infección respiratoria. Aumentando las probabilidades de complicaciones”.
La COVID-19 puede producir un daño directo infeccioso e inflamatorio sobre el músculo cardiaco
Además de sobrecargar el corazón, también se sabe que la COVID-19 puede producir un daño directo infeccioso e inflamatorio sobre el músculo cardiaco.
“Es lo que conocemos como miocarditis, que dependiendo de la afectación puede empeorar la función de la bomba del corazón y empeorar el pronóstico del paciente”, detalla el Dr. Cosín.
El riesgo de contraer la enfermedad en pacientes cardiovasculares depende de estar expuesto a un sujeto infectado.
En la actualidad se desconoce si tener una enfermedad cardiaca facilitaría el contagio, aunque no parece probable. “Lo que sí sabemos es que las personas con enfermedades cardiacas pueden tener peor pronóstico”, asegura el cardiólogo.
Edad avanzada continua siendo el factor que más se relaciona con un pronóstico adverso
En concreto, un artículo que acaba de publicar The Lancet sobre los primeros casos de la COVID-19 en China. Indica que en el grupo de pacientes que sufrieron un desenlace fatal padecían más frecuentemente patologías como la hipertensión arterial, diabetes mellitus o cardiopatía isquémica. No obstante, cuando analizaron todos los factores en conjunto, la edad avanzada continua siendo el factor que más se relaciona con un pronóstico adverso.
Los pacientes de edad avanzada son especialmente vulnerables a la COVID-19. “Están inmunodeprimidos debido a su edad lo que, junto a la existencia de una enfermedad crónica cardiaca, hace que tengan más riesgo de desarrollar complicaciones a nivel pulmonar como neumonía simple o neumonía bilateral y, por tanto, más riesgo de morir de distrés respiratorio”, asegura el Dr. Carlos Macaya, presidente de la FEC.
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