La relación entre el ejercicio y la salud física es muy conocido. Sin embargo, cuando se trata del bienestar mental, sus interacciones son más complejas. Rutinas excesivamente demandantes, extensas o frecuentes pueden generar malestar psicológico en los pacientes. Al mismo tiempo, estas actividades podrían ser la solución para detener el avance del Alzheimer.
Así lo afirma un estudio conjunto por investigadores de Estados Unidos y Brasil. Sus resultados fueron publicados en la revista Nature Medicine. Los expertos encontraron bajos niveles de irisina, una proteína mensajera, en pacientes con Alzheimer. Esta sustancia se genera en los músculos y podría ser la clave detrás de los beneficios mentales del ejercicio físico.
Un análisis de Alzheimer con pacientes vivos y muertos
No solo la irisina estaría relacionada con un mejor estado de salud mental. También su proteína precursora, la FNDC5, se encontró en menores concentraciones en pacientes con Alzheimer. Fernanda de Felice, de la Universidad de Rio de Janeiro, lideró el estudio. De acuerdo con la especialista, potenciar los niveles de ambas sustancias podría reducir el deterioro cerebral.
Para sus conclusiones, los investigadores analizaron dos conjuntos de muestras. El primero contenía tejido cerebral de pacientes con Alzheimer. El segundo eran fluidos espinales y cerebrales de individuos con vida. En todos los casos, los niveles de irisina y FNDC5 parecían ser mayores en personas que todavía no sufrían síntomas de demencia.
En un modelo animal, también se comprobó este nexo. Los ratones perdieron capacidades de memoria y aprendizaje al reducirse sus niveles de irisina. Sin embargo, recuperaron sus habilidades normales cuando se restauró el suministro. Además, los efectos benéficos del ejercicio físico en la salud mental se anularon cuando se bloqueó la producción de la proteína en los roedores.
Los expertos advirtieron que sus hallazgos están todavía en una etapa muy temprana. Sin embargo, apuntaron que ambas proteínas podrían ser nuevos objetivos terapéuticos. Para diseñar fármacos basados en estas sustancias, hay que resolver varios retos. El principal, averiguar el mecanismo exacto con el que la irisina y la FNDC5 entran e interactúan con el cerebro.