Hace un par de días platicaba con mi madre y por alguna razón que no logró recordar en este momento comenzamos a hablar del doctor Espinoza, quien hace ya bastantes años fungió como pediatra para mí y mis hermanos. No diré que recuerdo a la perfección cada una de las veces que acudimos a consulta con él; sin embargo, puedo decir que lo recuerdo con aprecio, a diferencia de muchos otros médicos que he conocido a lo largo de mi vida por una simple razón: el amor hacia su trabajo.
Con lo anterior no quiero decir que el resto de los médicos que he conocido no sientan amor hacia su profesión, sino que simplemente no saben demostrarlo o al menos no de una manera que haga sentir reconfortados a sus pacientes. Cierto, reconfortar a los pacientes no es la labor de un médico, pero sí diferencia a un buen médico de un médico excepcional.
Y el punto anterior no aplica sólo para la labor médica. Es decir, cuántas veces no deseaste tú (médico) que la persona que te brindó un servicio fuera más amable, cuántas veces tu experiencia en un lugar no habría sido mejor si la persona que te atendió se hubiera mostrado más preocupada por atenderte a ti y a tu problema y no por su horario de salida. Seguramente varias.
Es cierto, jamás tendré la certeza de lo que implica trabajar por más de 30 horas de forma consecutiva, ni tampoco tendré que lidiar con pacientes que creen saber más que yo pese a carecer de los años y años de estudios que me certifican como médico, ni otros tantos y tantos factores por hacer mella incluso en el médico más entusiasta; sin embargo, sí sé lo que es tratar con gente que hace todo lo posible porque las cosas salgan bien y gente a quien sólo le importa cumplir con un horario laboral… sobra decir con cuál de los dos prefiero trabajar.
En este portal hemos hablado de las muchas maneras en que el médico puede mejorar el nivel de satisfacción de sus pacientes y, a diferencia de instalar wifi, televisión por cable o revistas de actualidad, lo que sugiero en este texto no tiene valor monetario alguno y puede terminar por brindar mejores resultados.
Creanme que el consultorio del doctor Espinoza no era uno de esos consultorios actuales que parecen sacados de Disneyland, mucho menos el doctor acostumbraba disfrazarse como superhéroe para hacernos olvidar nuestros miedos. La verdad de las cosas es que el consultorio era como cualquier otro, la única diferencia era que el doctor Espinoza siempre parecía tener tiempo para sonreír o decir justo lo necesario para calmar la ansiedad de visitar un consultorio. Y no crean que se trataba de un jovencito, por el contrario, se trataba de un hombre de edad avanzada (de hecho ya falleció hace varios años) que sorprendía no sólo por su nivel de atención y amabilidad, sino por su excelente memoria aún sin necesidad de un smartphone.
Evidentemente ni yo ni ningún otro paciente podremos jamás conocer el amor que verdaderamente sientes por tu profesión, y quizás nos aventuremos demasiado al juzgar este criterio; sin embargo, al final del día somos nosotros quienes estamos poniendo en sus manos lo más valioso que tenemos y, al menos a mí, me gustaría poner mi salud en manos de alguien que verdaderamente demuestre amor por su trabajo… al menos con una simple sonrisa.