Es indudable que la promoción de la salud y la prevención de la enfermedad son dos temas muy importantes en términos de políticas y acciones de salud pública en la actualidad.
En este tema en especial, la conducta de las personas está directamente relacionada; los hábitos alimentarios, el manejo de la alimentación, el peso corporal, el tiempo de sueño, la actividad física y, otra cantidad de comportamientos, hacen a las personas más o menos propensas a enfermarse o a mantener un buen estado de salud1. Por tanto, intervenir los estilos de vida se convierte en una de las acciones más eficaces en la promoción de la salud y la prevención de la enfermedad2, es así como cada vez es más frecuente que los médicos recomienden a sus pacientes la modificación de ciertas conductas que atentan contra su salud.
Pero, ¿qué pasa cuando son los profesionales de la salud quienes presentan estilos de vida inadecuados? Se presume que, al tener pleno conocimiento de la relación existente entre el comportamiento y la salud, así como de la etiología de las enfermedades, evitarían al máximo, conductas que atentarán contra la salud. Sin embargo, es frecuente encontrar médicos sedentarios, obesos, fumadores, bebedores, etc. Sin embargo, encontramos profesionales de la salud que no tienen inconveniente alguno para recomendar hábitos de vida saludable que ellos mismos no ponen en práctica.
Ahora bien, realizar una conducta de salud no garantiza que se lleven a cabo otros comportamientos saludables, pues en la conducta de un individuo conviven al mismo tiempo hábitos saludables y nocivos3.
Para muchos, es común suponer que los profesionales de la salud, especialmente médicos y enfermeras, al ser estudiosos de los factores que determinan la salud de un individuo, practiquen con mayor vehemencia comportamientos que promueven la salud y evitan la enfermedad, presentando una morbilidad y mortalidad menores que las de la población en general.
Es de considerar entonces, que, a diferencia de la población general, los profesionales de la salud que no llevan un estilo de vida saludable, representan un problema adicional, no tanto para su salud personal, sino para la de sus pacientes. Los médicos que cuidan adecuadamente de su salud, tienden a practicar una medicina preventiva y tienen mayor éxito en el seguimiento de las recomendaciones que hacen a sus pacientes4, 5.
Hay dos factores básicos de los que depende que una persona adopte un comportamiento saludable: la percepción de amenaza de una enfermedad y la percepción de la efectividad de su propia conducta para contrarrestar dicha amenaza, como se propone en el Modelo de Creencias de la Salud, propuesto por Hochbaum, Ronsendstock y Kegels durante la década de 19506.
Al mismo tiempo, la percepción de la amenaza depende de otros dos factores: la percepción de susceptibilidad hacia la enfermedad y la percepción de la severidad de las consecuencias de la misma. Con todo, estas dos variables que determinan la probabilidad de seguir o no acciones relacionadas con la salud también están afectadas por las características individuales de los sujetos, tales como su personalidad, las normas sociales, sus características sociodemográficas. Por lo tanto, las personas seguirán una conducta de salud en particular si creen que son susceptibles a determinada enfermedad, si consideran que es un problema serio para su vida y si creen que los beneficios pesan más que los costos de contrarrestarla.
REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS
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