En la actualidad cualquiera puede padecer soledad crónica, desde una ejecutiva que está demasiado ocupada para visitar a su familia, un anciano que perdió a su cónyuge, un padre de familia hundido en la rutina e incluso un adolescente de 12 años que es cambiado de colegio.
Una investigación realizada por Jonh Cacioppo descubrió que ésta incomunicación puede deteriorar la salud al elevar los niveles de inflamación y de las hormonas del estrés, lo cual a su vez puede incrementar el riesgo de sufrir un ataque cardíaco o desarrollar artritis, diabetes tipo 2, demencia senil y hasta cáncer.
En 2006 2 mil 800 mujeres que padecían cáncer de mama fueron evaluadas y los resultados arrojaron que aquellas pacientes que veían poco a familiares y amigos tenían hasta 5 veces más posibilidades de morir que aquellas con una vida social mas activa.
Además de esta investigación, estudios anteriores han revelado que aunque el riesgo es similar, la soledad y el aislamiento no necesariamente van de la mano, según señalaron Julianne Holt-Lunstad y Timothy B. Smith, investigadores en psicología en la Universidad Brigham Young.
El aislamiento social denota pocas conexiones o interacciones sociales, mientras que la soledad implica una percepción subjetiva del aislamiento; la discrepancia entre el nivel de interacción social deseado y el real”, escribieron en la revista Heart.
Aunque en ocasiones la soledad ofrece beneficios como momento para la introspección y libertad esto cambia cuando el periodo de tiempo se prolonga causando efectos secundarios además de las enfermedades. Desde distorsión de la realidad, ansiedad, depresión e incluso puede incitar intentos de suicidio. Por eso es necesario diagnosticarla a tiempo en el paciente para comenzarlo a tratar y evitar problemas a futuro.
De acuerdo con Louise Hawkley, científica investigadora experimentada del National Opinion Research Center en la Universidad de Chicago, la intensidad de la soledad disminuye a partir de los inicios de la adultez y durante la mediana edad y no recobra intensidad sino hasta la vejez.
Descubrimos mayores riesgos en personas menores de 65 años que en los mayores de 65. Los adultos de más edad no deberían ser el único objeto de estudio de los efectos de la soledad y el aislamiento social. Necesitamos dirigirlo a todas las edades”, dijo Holt-Lunstad.