Mucho se ha cuestionado la decisión de Felipe Calderón de desencadenar una “guerra contra el narco” (que hoy sabemos estaba en su mismísimo gabinete), que ha costado centenares de miles de vidas y miles de millones de pesos. Hasta antes de esa funesta decisión, el narco había tenido una presencia intensa pero de “bajo perfil”, afectando en muy poco la vida de la gran mayoría de los mexicanos. Los consumidores de esas drogas están, al fin de cuentas, del otro lado de la frontera norte.
Entre los muchos cuestionamientos está el haberlo hecho para intentar legitimarse, ante su muy dudosa “victoria” de medio punto porcentual; y/o para hacerle el trabajo sucio a EU y alimentar, a su vez, el fabuloso negocio que es venderle armas a los dos lados en guerra. ¿Qué tiene ésto que ver con la resistencia bacteriana y la ética? Pues que el número de muertos causados por las drogas “ilegales” (sumando sobredosis y otros daños a la salud, y los pleitos entre bandas) en México, es muy inferior al de las víctimas de la resistencia bacteriana.
Si se sentía la necesidad de hacer algo para evitar muchas muertes, hubiera sido mejor desplegar al ejército para evitar el abuso de los antibióticos, que para perseguir a los narcos. Más aun, las víctimas de las drogas suelen ser, exclusivamente, los propios consumidores, de modo que podría hasta argumentarse, injustamente, que “en el pecado llevan la penitencia”. En cambio, las víctimas del abuso de los antibióticos son mayoritariamente personas “inocentes”, que no han tenido nada que ver con la mala prescripción o con el uso agrícola de estos medicamentos.
El dilema ético es uno, simple y de dimensiones globales: ¿por qué son ilegales la cocaína o el ecstasis, y no el abuso de los antibióticos? Vale la pena insistir en que el abuso de los antibióticos mata 700,000 personas al año en todo el mundo, según un estimado conservador; una cifra casi igual a la de muertos causados, directa o indirectamente, por usar drogas ilícitas. Pero, mientras las víctimas de la farmacodependencia son los propios farmacodependientes, las víctimas del abuso de los antibióticos somos potencialmente todos.
Cualquier forma de matizar esta realidad, aplica a ambos problemas: (a) la farmacodependencia afecta más a los jóvenes y a los pobres; lo mismo que la resistencia bacteriana; (b) las drogas son completamente innecesarias; lo mismo que los antibióticos usados como “promotores de crecimiento”, o los prescritos para resfriados; (c) el negocio de las drogas es impulsado por, e impulsa la corrupción; lo mismo que el negocio de vender antibióticos para usos no-clínicos; etc.
Creo que la gran mayoría de las personas se sabe o siente ajeno al riesgo de morir por sobredosis; pero todos estamos en riesgo de morir por una infección multi-resistente. Bajo esa premisa, personalmente, yo preferiría que se persiguiera y encarcelara al que abusa de los antibióticos, que al pobre campesino que siembra amapola para sobrevivir. Creo que es algo que debe discutirse abiertamente, con todos los datos enfrente.
Pero los dilemas éticos de los antibióticos van mucho más allá. Por ejemplo, en los hospitales, a veces se reservan los antibióticos con menos resistencia (carbapenems, tigeciclina, colistina) a aquellos pacientes en los que otros tratamientos empíricos han fallado. La causa es noble: evitar el uso para retrasar la aparición de resistencia. Pero esa demora puede causar la muerte del paciente, que pudiera haberse salvado si se hubiera iniciado con el antibiótico de “último recurso”. ¿Resulta ético esperar, para preservar la eficacia del antibiótico, poniendo en riesgo la vida de pacientes? Este mismo dilema, sin ser tan dramático, surge ante casos menores, que no ponen en riesgo la vida, pero prolongan el malestar de los pacientes.
En Europa, por ejemplo, no se administran antibióticos a los niños con otitis media aguda, sino hasta pasados tres días de síntomas. La mayoría de los casos son virales, que se resuelven solos antes de tres días; sólo los que luego de ese período persisten, requieren antibióticos. ¿Es ético someter a esos casos minoritarios, que pudieron beneficiarse desde el inicio con antibióticos, a tres días de molestias evitables, con el fin de disminuir el uso de antibióticos y demorar la resistencia? ¿es ético empezar el tratamiento de una infección urinaria comunitaria con co-trimoxazol, en vez de hacerlo con ertapenem, para preservar la eficacia del segundo, aunque eso mantenga enferma a una fracción significativa de los pacientes? Se ha asumido que sí es ético hacerlo, pero sin evidencia clara. Otra vez, debe discutirse abiertamente.
Yo cuestiono, en cuanto foro puedo, el uso de antibióticos como “promotores de crecimiento” de animales comestibles. Ese uso, que es mucho mayor al clínico, lo encuentro inmoral y criminal: aportar al riesgo de creciente resistencia, que mata miles de personas, por mera ganancia económica de farmacéuticas y ganaderos, no tiene otros calificativos en mi opinión. Pero si no se usan esos antibióticos, el precio de la carne se incrementaría, posiblemente poniéndola fuera del alcance de aun más personas, con los daños a la salud que eso conlleva. ¿Es ético tomar una medida, como prohibir el uso agrícola de antibióticos, para desacelerar la resistencia, pero con el riesgo de que aun menos personas tengan acceso a proteína animal? Habría que discutirlo, con evidencias en la mano.
Iguales dilemas enfrentamos con los precios de los antibióticos, la regulación de los antibióticos genéricos, y los “incentivos” que quieren las farmacéuticas para regresar a la investigación y desarrollo de antibióticos, por poner otros ejemplos. Nos conformamos con un ensayo de farmacocinética simple para aprobar genéricos, bajo la premisa de que esa regulación laxa permite precios bajos y mayor acceso; pero hay montones de evidencia de que los antibióticos “bioequivalentes” no tienen equivalencia terapéutica. Y estamos dispuestos a alargar patentes o dar patentes “comodín”, que retrasan la llegada de esos genéricos al mercado, asegurándole mayores utilidades a las farmacéuticas que detentan las patentes, con la condición de que éstas desarrollen nuevos antibióticos.
Pero esos “incentivos” le cuestan a la sociedad decenas de veces lo que cuesta desarrollar un solo antibiótico. Todas estas cuestiones éticas, muy distintas de los falsos dilemas religiosos del aborto o la eutanasia, requieren discusión. Una discusión informada, debo añadir, en base a análisis científicos y datos duros, y no a opiniones. Las de arriba son, en efecto, opiniones: empecemos a informarnos.