La tarea de Albert Schweitzer como médico en una región (África Ecuatorial Francesa, hoy Gabón) devastada por el genocidio colonial, la pobreza, el hambre y la lepra, entre otras epidemias, le valió un gran prestigio. En 1952 le fue otorgado el Premio Nobel de la Paz. Schweitzer fue un teólogo protestante, músico –fanático de Bach-, filósofo y médico, nacido en Alsacia, cuando esa región formaba parte de Alemania (actualmente francesa). Para los alsacianos, era un prócer, en particular para los protestantes. Su hermana, Anne-Marie Schweitzer, fue la madre de uno de los máximos exponentes del existencialismo de mayor notoriedad Jean-Paul Sartre.
A los 26 se encontraba en la cumbre de sus éxitos académicos; había obtenido 2 de los 3 títulos de doctorado que obtendría en su vida, en Filosofía y en Teología; ya era considerado, por la crítica mundial un brillante interprete de la música de Bach y un connotado organista. Todo indicaba estar destinado al triunfo artístico e intelectual. Sin embargo a los 30 años encontró un anunció en cual solicitaban ayuda para curar aborígenes desamparados en África, precisando de esta manera el rumbo definitivo de su vida, iniciando de esta manera sus estudios de medicina.
A su llegada a África, aquellas personas lo miraban esperanzadas, algunos de forma recelosa y otros de manera exigentes. Los había de todas las edades y clases pero con un denominador común, la enfermedad que los mantenía extenuados, enflaquecidos y con los rostros contraídos por el interno sufrimiento. Había hombres jóvenes que, alguna vez, fueron robustos, otros con úlceras purulentas en brazos y piernas, mujeres de edad indefinible con gran distención abdominal y las piernas deformes por la elefantiasis, niños de mirada fija y desorbitada con ulceras en la nariz y en las orejas, viejos claudicantes con bocas desdentadas y madres sollozantes y desfallecidas con sus pequeños en los brazos.
Su gran mérito radica en el coraje que demostró al renunciar al despliegue de sus múltiples talentos para convertirse en humilde médico-misionero y cambiar así su brillante carrera literaria, filosófica, teológica y artística de amplia reputación internacional por la compañía cotidiana del sufrimiento, la miseria y la enfermedad, satisfaciendo con ello sus más hermosos anhelos. El ejercicio de la medicina significó para él la forma de practicar un servicio directo al hombre enfermo y realizó su labor con una amplia comprensión en sus bases científicas y humanísticas. No solo fue médico sino el amparo espiritual de los enfermos y sus familias.
En su personalidad, se expresó, con toda su magnitud, la inspiración eternamente insatisfecha del hombre solitario frente a la inmensidad del universo. Lo que surgió de su vida y de su filosofía, fue la inspiración sublime, capaz de fortalecer a toda una generación a la que le entregó, como testimonio real; el significado de la reverencia por la vida, tal y como señala Eliexer Urdaneta.
De la misma forma en que Max Planck se consagró a los problemas de la ciencia, sin dejarse desviar por metas más gratificantes y más fáciles de alcanzar o el maestro Ignacio Chávez con el binomio humanismo- medicina en México, Schweitzer conlleva este sentimiento hacia los demás que sostiene esta capacidad de entrega y amor a la humanidad, como la del religioso, el mismo del enamorado tal vez: la búsqueda cotidiana no surge de ningún plan ni de programa alguno, surge de una necesidad inmediata.