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    El médico y la muerte, valores humanos ante un acontecimiento ineludible

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    La confrontación con la muerte, los moribundos y el duelo es una realidad cotidiana para los médicos en la práctica clínico- quirúrgica. La muerte es uno de los problemas esenciales del hombre, circunstancia frente a la que se presenta un intenso temor, de ahí las dificultades para que el médico pueda enfrentarla con serenidad.

    Al médico se le educa y entrena para enfrentar la enfermedad y para conservar la vida pero no se le forma, al menos no del todo, en el manejo de la muerte, circunstancia común para todo ser humano, final previsible de toda persona y experiencia ineludible para el personal de salud, incluido el médico.

    Las complejas negaciones, conscientes e inconscientes, y la huida del profesional frente a la muerte del paciente, nos acercan a Kübler-Ross, cuando señala que la pregunta no es si el médico debe informar o no, sino cómo compartir este acontecimiento con el paciente, ya que todos sus enfermos moribundos conocían su situación aunque no se les hubiera informado, lo único que pedían era que el médico lo hiciera de una manera aceptable.

    Elisabeth Kübler- Ross, psiquiatra suizo-estadounidense, escritora y conferenciante; famosa autora de “Sobre la muerte y los moribundos“, obra cuya exploración del último tránsito de la vida, la situó en el centro de una polémica médica de carácter ideológico, pasando la mayor parte de su vida explicando que el fenómeno de la muerte simplemente no existe.

    La Dra. Kubler- Ross pionera en estudiar las emociones de las personas que saben que van a morir y en proponer cuidados paliativos. Autoridad mundial en este campo, propone que se afronte la muerte con serenidad e incluso con alegría, además señala puntualmente en la relación que la medicina moderna se ha convertido en una especie de profeta que ofrece una vida sin dolor, lo cual se encuentra lejos de ser totalmente posible en alguna de las esferas, rescatando solo al amor incondicional.

    Ante esto, el amor al otro en comunicación o con el amado; crea lazos indestructibles e imperecederos, como lo expresa el dramaturgo y filósofo francés Gabriel Marcel: “amar a otro es decirle, tú no morirás” y sin dejar al lado al filósofo del superhombre “todo amor, todo auténtico amor, tiene decía Nietzsche, deseos de eternidad”.

    En la relación médico-paciente, las ansiedades más intensas en el enfermo, se derivan del pronóstico de su enfermedad, y en el médico, si se dan carencias personales para enfrentar el sufrimiento y la muerte del paciente, o cuando existe desconocimiento de algún aspecto de la enfermedad. En esta relación, a la ansiedad del enfermo y familiares, el médico responde con la suya propia, generándose en algunas circunstancias una cadena de acontecimientos que son en ocasiones el origen del engaño, la incomunicación y el aislamiento del enfermo, en estas circunstancias, el propio médico para disminuir su ansiedad evita el contacto directo con el enfermo.

    Estas vivencias las vemos reflejadas magistralmente en la obra del escritor ruso León Tolstói, “La muerte de Iván Illich”, donde se representa una mirada directa a ese vacío que tanta angustia nos produce, la muerte. Iván Illich, después de haber llegado a la cima de su carrera profesional se enferma, produciéndose e incrementándose las dificultades dando lugar al aislamiento del enfermo quien podría vivir en soledad este momento crucial de su vida.

    Para entender los mecanismos defensivos del médico y del paciente hacia la muerte nos resulta de gran interés las aportaciones en el psicoanálisis de Freud en su obra “Consideraciones de actualidad sobre la guerra y la muerte”, donde plantea que el hombre muestra una inclinación a prescindir de la muerte y a eliminarla de la vida. Considera que la muerte propia es inimaginable, que en el fondo nadie cree en su propia muerte ya que en lo inconsciente se está convencido de la inmortalidad y el hombre va aceptándola a través de la muerte de los otros significativos para él o de las pérdidas que se viven a lo largo de la vida.

    Freud nos plantea:

    ¿No sería mejor dar a la muerte, en la realidad y en los pensamientos, el lugar que le corresponde y dejar volver a la superficie nuestra actitud inconsciente ante la muerte, que hasta ahora hemos reprimido tan cuidadosamente? Esta actitud ofrece la ventaja de tener mucho más en cuenta la verdad y hacer más soportable la vida…, si quieres soportar la vida, prepárate para la muerte.

    Éste es uno de los propósitos para los que sirve la pérdida en la vida: nos une. Nos ayuda a comprender a los demás de un modo más profundo. Nos conecta con los otros como ninguna otra lección de vida podría hacerlo. Cuando nos une la experiencia de la pérdida, nos preocupamos por los demás y los percibimos de un modo nuevo y más profundo.

    La muerte al separarnos del que se aleja
    Nos enseña a acercarnos a los que deja.

    El arte de vivir y morir bien

    En un mundo en que imperan la ciencia y la tecnología, parece ser conveniente al lado de estas cultivar tres componentes que se articulan estrechamente: El arte de vivir, amar y morir.

    El arte en la vida del médico consiste en apreciar y disfrutar profundamente la vida en cada instante, en cada situación: no dar nada por descontado, gozar lo grande y lo pequeño con la sana sabiduría que saborea y agradece la vida como don y la vive, con responsabilidad, como tarea.

    El arte de morir no consiste en despreciar la vida o huir de ella. La muerte como la vida es don y tarea, pues para Rainer Maria Rilke, el poeta rebelde, el hombre es aquel que gesta y da a luz a la muerte y cada acto humano es parte de esta gestación.

    El majestuoso mito de Orfeo y Eurídice en parte nos enseña que la verdadera presencia de estar con la pérdida de un ser querido o de un mismo paciente, no consiste pues en estar “frente de”, “junta a” o “al lado de”, sino en “ser con”; viviéndose de manera participativa conjunta como un vislumbre de un misterio y no solo en el mundo del ver, oír y tocar o del inspeccionar, palpar, auscultar y percutir.

    Valores humanos y Tanatología

    Se puede tener valor ante la muerte, pero que la muerte sea un valor, parece algo contradictorio; así lo señala Pérez Valera. Por eso mismo, se exploran los valores humanos en la práctica médica cotidiana y la muerte.

    El hombre es un ser axiotrópico: su ser y su quehacer giran alrededor de los valores, pero sobre todo el mismo es un valor. De esta manera podemos considerar los valores de la persona y la persona como valor, ante el drama de la muerte en su polifacética presencia.

    Los valores, no encierran al sujeto en sí mismo, no encierran al médico en una “torre de marfil” donde el paciente clama ser escuchado, sino lo abren a salir de sí para proyectar la propia interioridad en el objeto valioso contemplado.

    De este modo la comprensión de los valores no es un acontecimiento mecánico o automático, sino que exige la colaboración activa del sujeto, ciertas disposiciones o actitudes de la persona: superar la actitud de indiferencia, vencer la inercia conformista, cultivar la sensibilidad al valor con la admiración y el asombro que tan a menudo corre el riesgo de debilitarse, ahondar la vinculación entre ser y valer impulsando al deber- ser. Ante este acontecimiento ineludible se recomienda: a) preparar la partida y b) ordenar la vida.

    El duelo ante la muerte

    La palabra duelo deriva del latín dolus que significa dolor, mientras que el término luto del latín lugere, llorar, indicándonos que el llanto es una de las principales manifestaciones del dolor, de la tristeza que provoca la ausencia del ser amado.

    Los estudiosos del fenómeno del duelo señalan distintos tipo de pérdidas que puede sufrir el ser humano, estando entre ellas la muerte de familiares y amigos. Esta pérdida sacude y cuestiona nuestra vida: ¿cuál es el sentido de la existencia?, ¿cuáles son frente a la muerte los valores decisivos? ¿Existe una relación entre el amor y la muerte? El mismo dolor del duelo es producto del amor, de la preocupación por los demás, por el paciente mismo. Si alguien viviera en el completo aislamiento, en la total ausencia de compromiso, en la absoluta indiferencia hacia los demás, no experimentaría la pena, la angustia por la muerte de un ser querido.

    La religión y la filosofía enseñan que la vida es un préstamo, cuya duración no está a nuestro arbitrio. Lo nuestro es el usufructo, ese aprecio por la vida y el disfrutar de ella pero con un sentimiento de desapego, de desprendimiento, de a veces no aferrarnos a lo que tenemos prestado.

    Los cinco aspectos que hay que monitorizar en un proceso de duelo son:

    1. Grado de aceptación de la pérdida.
    2. Vivencias de duelos.
    3. Adaptación al medio.
    4. Expresión de vivencias no idealizadas acerca de lo perdido.
    5. Reorganización de los intereses y relaciones.

    Así como el que dentro de los objetivos de intervención en las personas en duelo se encuentran:

    1. Mejorar la calidad de vida del sufriente.
    2. Disminuir el aislamiento social.
    3. Aumentar la autoestima.
    4. Disminuir el estrés.
    5. Mejorar la salud mental.

    Tal parece que el modo de ver la muerte repercute en el modo de ver la vida y más aún la vida de un individuo con algún padecimiento. La vida que comenzó con el llanto, termina con el llanto y se prolonga con el llanto de los seres queridos. Todo lo que se nos da en la vida son bienes prestados. La muerte nos revela la fragilidad humana, la condición menesterosa y enfermiza del ser humano, con sus aspectos positivos; aunque en la práctica solemos captar más bien los negativos, de ahí que produzca dolor, tristeza y angustia.

    La muerte es un crisol que purifica el oro de la escoria, que aquilata lo valioso y volatiza lo efímero. Todo lo que fue apariencia y oropel se torna inconsistente, y resplandecen, en cambio con fulgor los auténticos valores de la vida.

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