La malaria o paludismo es una enfermedad causada por un parásito que se transmite a los humanos a través de la picadura de mosquitos infectados. Después de la infección, los parásitos (llamados esporozoítos) viajan a través del torrente sanguíneo hasta el hígado, donde maduran y producen otra forma de parásitos, llamada merozoítos, los causantes de síntomas como la fiebre, el vómitos, el dolor muscular, y en algunas ocasiones la muerte.
Según cifras de la Organización Mundial de la Salud (OMS), se estima que durante 2016 se presentaron 216 millones de casos en 91 países y 445 mil personas fallecieron a causa de esta.
Recientemente un equipo de investigadores de la Estación Biológica de Doñana (EBD), en Sevilla, comprobó en un estudio que el parásito de la malaria, plasmodium, induce cambios fenotípicos en la morfología, el comportamiento y la fisiología de los organismos que infecta, lo que favorece la aparición de nuevas picaduras de los mosquitos Culex pipiens, vectores de la enfermedad.
El estudio en cuestión fue aplicado en gorriones comunes y se dieron cuenta que los presentaban mayores infecciones fueron picados por los mosquitos con mayor frecuencia que aquellas aves infectadas cuya carga parasitaria fue experimentalmente reducida mediante un tratamiento antipalúdico.
Esto quiere decir que aquellos ejemplares de gorrión común que contaban con una mayor carga parasitaria eran más susceptibles a nuevas picaduras de los mosquitos vectores que aquellos otros cuya carga parasitaria se había reducido previamente con un tratamiento antipalúdico.
Lamentablemente investigaciones como estas no ha ayudado como se quisiera al progreso de erradicación en el mundo, pues aunque entre en 2000 y 2015 las muertes cayeron un 60 por ciento, según la OMS el progreso se ha estancado y no se han visto avances significativos desde entonces.