A un mes de los peores terremotos que muchos hemos vivido y que sacudieron a nuestro país, se siguen sintiendo sus efectos, cada día más palpables para miles de mexicanos.
Ahora el sismo es emocional y económico. Entre polvo y escombros sobreviven los que han perdido todo. Sus viviendas, sus pertenencias, sus memorias, sus empleos e incluso, para muchos, la pérdida de un ser amado.
¿Cuántos médicos, enfermeras y personal de la salud se encuentran en esta situación, desplazados o laborando en un lugar en el que no se sienten seguros?
Es ahora y en los próximos meses que debemos estar hiperconscientes de los efectos y signos del síndrome de estrés postraumático no sólo en nuestros pacientes, sino en nosotros mismos, en nuestros colegas y en las personas que trabajan junto a nosotros.
Supongo que es “gaje” del oficio el ser o aparentar ser estoico y fuerte frente a una situación tan anormal, pero todo tiene un punto de quiebre si no se equilibra y no, no es cuestión de normalizar algo que no lo es.
El principio del equilibrio sucede cuando nos “damos permiso” de expresar y sentir lo que ha pasado. Los invito a que consideren si advierten en ustedes o en alguien que los rodea cualquiera de los siguientes síntomas:
- Jaquecas frecuentes.
- Insomnio.
- No querer hablar en lo absoluto del terremoto.
- Ira y poca paciencia en casa y en el trabajo.
- Aislarse de los demás.
- Tristeza agobiante.
Todo esto es parte del estrés postraumático.
Así como la comunidad se unió en las calles, ahora debemos unirnos los que vivimos en una trinchera a diario por el simple hecho de ser profesionales de la salud, un grupo de apoyo con nuestros equipos de trabajo y familia, al igual que se inicia una reconstrucción material, es justo que haya una reconstrucción emocional.
Considerar abrir la puerta para platicar con un colega que esté entrenado para guiarnos en lo que se está viviendo.
Los médicos somos notorios para auto recetarnos, Ahora es cuando ni siquiera debemos considerar hacerlo, somos siempre los últimos en atender nuestra salud en todos los sentidos.
Es irónico que en la medida en que pasa el tiempo y uno se siente físicamente más seguro, es cuando uno es más vulnerable emocionalmente.
Y sí, las lágrimas llegan cuando uno menos las espera.