Decidir proviene del latín decidere, que literalmente significa cortar. En este sentido, decidir es concluir un debate, por ejemplo, e iniciar una acción, al margen de cuál sea ésta. La decisión puede deberse a un estímulo, una señal, una palabra o un episodio repentino por algún tipo de memoria (filética) adoptando la forma de impulsos básicos como el hambre, el sexo o la necesidad de sobrevivir, los cuales pueden tener mucho peso al momento de tomar una decisión.
De tal modo, algunos de nuestros comportamientos pueden tener una repercusión a nivel cerebral. En el caso de la tecnología, éste indudablemente no sólo cambia nuestra manera de relacionarnos con el mundo que nos rodea, sino también la estructura misma del cerebro.
Recientemente en la Universidad de Ulm se encontró que las personas que revisan Facebook con mayor frecuencia desde sus smartphones suelen tener menos sustancia gris en el área relacionada con las recompensas. Los participantes que abrían la aplicación de Facebook con más frecuencia y aquellos que más tiempo pasaban en Facebook tenían un volumen menor de materia gris en el núcleo accumbens. Anteriormente ya en la Universidad de California también se observó que la adicción a Facebook activa las mismas zonas que la cocaína, haciendo además que los individuos respondan más rápido a señales de esta red que a cualquier otra señal encontrada en la calle.
En cuanto a los individuos que rechazan cantidades pequeñas de dinero, éstos tienen altos niveles de activación cerebral en la ínsula (la misma que se activa en el amor), un área que está relacionada con el sentimiento de repugnancia; los sujetos con niveles altos de testosterona rechazaban cantidades pequeñas de dinero, al mismo tiempo que presentaban actividad alta en la ínsula, lo que sugería que estos comportamientos estaban relacionados con la defensa del estatus. Como ya se ha sugerido, estos procesos se basan en el estatus de los humanos como seres sociales, teniendo en cuenta la identidad social e incluyendo sentimientos, creencias y emociones.
Otro aspecto relacionado con la toma de decisiones y el cerebro es la reproducción de la conducta de los congéneres, lo que se ha relacionado con un papel en la seguridad de la especie y el individuo. El hecho de vivir y reproducir las actividades de otros individuos puede aumentar las probabilidades de supervivencia. El hombre del neolítico necesitaba estar atento de cualquier cambio en su entorno que alertara a su manada, para él mismo ponerse alerta.
Este efecto se ha trasmitido hasta nuestros días cuando vemos miles de personas haciendo colas por obtener un nuevo teléfono; o a miles de jóvenes y adultos jóvenes circulando en la calle con audífonos; o cuando en un departamento comercial, algún productos en descuento, disminuyen su tamaño de manera veloz porque los clientes ven a muchos otros que toman dichos productos.
La conducta buscadora de placer centrada en el yo y la adaptación social con el desprecio de las normas sociales se observa en individuos con conducta sociopática con estados de ánimo exaltado, egoísmo, impulsividad y propensión al riesgo, lo que a veces conduce al delito y ausencia de criterios éticos, lo cual he llevado a suponer que la corteza prefrontal orbital es la sede del sentido moral.
Un sistema de recompensa débil nos conduce a la carencia de motivación y la incapacidad de experimentar recompensa ante un estímulo (anhedonia) de gran importancia en la neurobiología de la depresión. La neuroeconomía reconoce que la toma de decisiones económicas se ve afectada en su mayor parte por las emociones, que prevalecen sobre las razones.
“La recompensa de una cosa bien hecha es haberla hecho “
-Ralph Waldo Emerson–