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    Consejos de un paciente a un médico

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    México.- Sé que puede sonar un tanto pedante el que un paciente le de consejos a un médico sobre cómo hacer su trabajo. Sin embargo, estos consejos no son para criticar tu labor, sino para que en la siguiente ocasión que me veas tengas una sonrisa que me tranquilice, unas palabras que me den fuerza y una actitud que transmita seguridad.

    Sabes, la última vez que estuve internado fue hace dos años. Tuve un problema del que no hablaré pero que me enseñó a valorar la vida; no obstante no sólo la enfermedad fue un factor, los médicos que estuvieron al tanto, las enfermeras que me atendieron y sobre todo el cirujano que me operó me mostraron la otra cara de la vida, esa que es bondad y entrega.

    Cuando llegué al hospital la recepcionista o la chica de ventanilla me trató con la punta del pie. Tenía un dolor insoportable pero a ella no le importó en lo más mínimo. Sé que eran las tres de la madrugada y que tal vez moría de sueño, pero el trabajo es trabajo. Recuerdo que de mala gana tomó el teléfono, llamó a un médico y me dijo “siéntate y espera”. Pero a causa del dolor no podía ni siquiera tomar asiento, así que me quedé de pie y esperé.

    Sé amable

    En ese momento apareció una doctora casi de mi edad y me invitó a pasar al consultorio. Me preguntó lo de rigor: edad, peso, qué había hecho últimamente, dónde estaba ese dolor. Le contesté y al parecer el sueño mandaba más en ella porque no se tomaba tan enserio mi dolor. De mala gana me envió a hacerme unos análisis y luego salió del consultorio. Mi enojo se fundía con mi dolor en ese momento. Sé que es una profesión difícil y cansada, sé que podrás morir de sueño y que pocas veces podrás tener una noche para ti, pero por favor, sé un poco amable, el dolor que uno tiene en ese instante no es voluntario, no es porque lo queramos tener, así que una buena cara en los momentos difícil alivian más que cualquier pastilla.

    Ofrece tranquilidad

    Fui a hacerme los análisis. Tardé dos o tres horas porque ya estaba amaneciendo. Al regresar los análisis confirmaban lo que temía la doctora y lo que yo menos quería: había necesidad de operar. Al saber la noticia mi ánimo, el poco que tenía, se vino abajo. La doctora, esa misma que horas antes me había tratado fríamente y hasta había dudado de mi dolor, se me acercó, me tomó del hombro y me dijo que no me preocupara, todo saldría bien. Algo había cambiado, tal vez había dormido más, pero esa simple actitud, la de acercarse, la infundirme seguridad me ayudó a tranquilizarme.

    Ese día lo debía pasar en el hospital. Ya en cama y con la hora exacta para la operación, al siguiente día me dispuse a ver pasar las horas en ese cuarto. Las enfermeras y enfermeros siempre fueron amables conmigo. Me hablaban de cualquier cosa, buscaban sacarme la plática y en ocasiones podía sentir que se interesaban por mí. Tenían un interés real y ese que no se crea para socializar, esa actitud de los enfermeros me inspiró a cambiar un poco en mis relaciones de trabajo y me hizo sentir acompañado en ese momento.

    Pasé la noche ahí. Pensé que sería la noche más larga de mi vida, pero estar acostado todo un día también cansa. Tenía miedo de pasar una mala noche, pero por fortuna no fue así. En la madrugada, entre sueños recuerdo a la doctora entrar a mi habitación, revisar los aparatos que me acompañaban y luego con un ligero movimiento preguntarme si me sentía bien. Le contesté pero enseguida caí dormido otra vez. No recuerdo haberla visto salir, seguro fue por el cansancio, pero su presencia en esa noche me relajó y me hizo creer en su palabra de que estaría al tanto de mí.

    Brinda confianza

    Al siguiente día me bañé y me preparé para la operación. Todo listo… no. Antes del baño me sentía bien, después del baño no tanto. La enfermera me dio una ropa para el quirófano. Me vestí y enseguida me dijo “ahora vienen por ti”. Comencé a temblar literalmente.

    En esos pensamientos andaba cuando tocaron a la puerta. Entró el cirujano y comenzó a preguntarme lo que pienso es de rigor, luego, iniciaron las bromas. Ese médico bromeó conmigo desde la habitación hasta el quirófano y lo mejor de eso es que me hizo reír. No olvidé el miedo porque aún temblaba, pero ese temblor era una mezcla alegría y de pavor. No olvidaré que cuando me pusieron la anestesia aún mantenía una sonrisa en el rostro. Ese cirujano no lo vi después, no sé por qué, pero le agradezco esa felicidad que me dio.

    Desperté luego de la operación. Sentía mucho frío y algo me mojaba el pecho. Como estaba aún un tanto inconsciente no podía quitarme esa sensación de humedad que me provocaba frío. De pronto y porque creo que me movía más de lo normal, una enfermera entró y me acomodó el suero que se me estaba cayendo. Me arropó y gracias a eso el frío más horrible que he sentido se fue alejando.

    Cuando desperté al cien por ciento recuerdo ver a mis familiares en mi habitación. Las sonrisas y la alegría volvían a mí. Me sentía mejor aunque sabía que faltaba un periodo de recuperación que en lo personal sería terrible. Luego de que mis familiares se fueron, llegaron algunos médicos con los que intercambié palabras, también los enfermeros se hicieron presentes. Rieron un poco, yo no tanto por eso de la herida. Pude platicar de fútbol, de literatura y hasta de telenovelas. Todo en un buen ambiente que me hizo olvidar los días negros antes de la operación.

    Sin embargo, a pesar de todo lo mencionado, lo que siempre quedará en mi mente serán las palabras de alivio y consuelo que me dieron mis médicos, las sonrisas en sus rostros al tratar de restarle importancia a un problema y sobre todo, debo agradecer su trabajo y paciencia para que recobrara la salud.

     

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