En Londres, se desarrolla actualmente un duro enfrentamiento entre médicos y un par de jóvenes padres de familia, cuyo bebé padece de síndrome de agotamiento mitocondrial.
Aunque el pequeño, de 8 meses de edad, nació aparentemente sano, con el paso de las semanas comenzó a mostrar pérdida de peso y debilidad progresiva, síntomas que le obligaron a ser internado en el antiguo hospital infantil Great Ormond Street.
Los niños con esta enfermedad suelen morir en el primer año de vida; sin embargo, a través de un sitio de financiamiento crowdfunding los padres han recolectado un millón y medio de dólares para someterlo a un tratamiento experimental en Estados Unidos, el cual si bien no lo curará, permitirá extender su vida.
Aunque el bebé depende de un ventilador para respirar y ha sido diagnosticado con daño cerebral irreversible, aún puede mover su boca, manos y abre los ojos, lo que para sus padres es motivo para tratar de postergar el momento de su muerte, ya que consideran que no sufre y tiene el mismo derecho que otros infantes a vivir, aunque no pueda ser como ellos.
Por su parte, los médicos consideran que, dado que el tratamiento experimental no curaría a este paciente pediátrico, lo mejor para él es brindarle cuidados paliativos y permitirle “morir con dignidad”.
En tanto, Victoria Butler-Cole, encargada de representar los derechos del menor, expresó ante la corte que mantenerlo conectado al sistema de soporte vital no lo beneficiaría sino que “prolongaría el proceso de muerte”, lo mismo que el tratamiento que los padres proponen.
En función de esto, el magistrado Nicholas Francis decidió que se desconectara al pequeño Charlie por considerar que era lo mejor para él, mientras que Connie Yates y Chris Gard, sus padres, se reúnen con su abogada y deciden cuál será su siguiente paso.