Sabemos que los probióticos son un conjunto de bacterias y hongos unicelulares, que se pueden encontrar en determinados alimentos. En especial los lácteos, pero también en encurtidos como aceitunas, pepinillos y otros productos fermentados.

Los cuales, al tener similitudes con nuestro microbioma, se supone que cumplen determinadas funciones entre las que destacan la regularización de la digestión, el control de la saciedad e incluso la modulación del sistema inmune.

Por eso, desde hace algunos años la industria alimentaria, cosmética y farmacéutica han incorporado estos microorganismos a diversos productos, con la promesa de que su sola presencia alivia o previene cierto tipo de enfermedades gastrointestinales.

Actualmente, se estima que este negocio era capaz de mover unos 45.000 millones de dólares anuales alrededor del mundo, según datos publicados en la revista Forbes. Por lo que, no es de extrañar que se siga promoviendo su utilización a pesar de que no existe un beneficio aparente.

El estudio sobre probióticos en Dinamarca

A mediados de 2016, un meta-análisis realizado por investigadores de la Universidad de Copenhague y publicado en la revista Genome Medicine concluyó que no existen pruebas suficientes de que los probióticos tengan algún efecto beneficioso en individuos sanos.

Lo que abrió un debate respecto a la conveniencia de recomendar el uso de suplementos o de alimentos con probióticos en pacientes sanos; pero hasta la fecha no existía ningún consenso sobre su papel en determinadas patologías.

Tras una revisión detallada de toda la literatura disponible respecto al tema, la Asociación Americana de Gastroenterología (AGA), publicó a mediados de 2020 las nuevas directrices clínicas para el uso de probióticos en afecciones digestivas.

El informe ha impresionado a muchos especialistas, pues desaconseja el uso de probióticos para tratar la infección por Clostridium difficile, así como la enfermedad de intestino irritable, la colitis ulcerosa y la enfermedad de Crohn; para las cuales era una medicación usual.

Tampoco recomiendan la administración de probióticos en niños con gastroenteritis agudas, ni en otros pacientes en los cuales no se tenga claro si puede existir o no cualquier tipo de beneficio con su administración.

Ahora bien, la AGA considera que el uso de probióticos específicos en recién nacidos prematuros, con un peso menor a 2500 gramos, pueden prevenir la aparición de enterocolitis necrotizante, y su utilización puede disminuir el período de tiempo en cuidados neonatales y mejorar sus probabilidades de vida.

También que se deben considerar ciertos probióticos para la prevención de infección por C. difficile en personas que toman antibióticos y como parte importante del esquema de tratamiento de pouchitis, para prevenir posibles complicaciones.

Para la AGA, estos tres escenarios son los únicos en los que se pueden administrar cepas seleccionadas y específicamente formuladas de probióticos. En el resto de los casos, su uso es innecesario, aunque tampoco se han logrado demostrar efectos adversos con su utilización.

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Lo que sí es una realidad es el impacto que la adquisición de estos productos tienen en la economía de las personas que los consumen. Ya que suelen ser suplementos con un costo bastante elevado y que están fuertemente posicionados en el mercado gracias a agresivas campañas publicitarias.

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