Existe una frase sumamente utilizada en el idioma inglés según la cual, “la ignorancia es felicidad” (ignorance is bliss). Si bien por si sola la frase puede parecer un tanto pesimista, agresiva e incluso negativa, la realidad de las cosas es que es bastante cierta y lo compruebo a cada momento, incluyendo mi tiempo como editor en jefe de Saludiario.
Evidentemente resulta imposible desempeñarse como editor en jefe de un sitio dedicado a la profesión médica sin aprender una o dos cosas, algunas de las cuales me provocan pesadillas por la noche, a tal grado que hubiera incluso preferido que permanecieran ocultas para mí. Uno de dichos temas es la mentada resistencia a los antibióticos.
A lo largo del último año las palabras “resistencia” y “antibióticos” se han convertido en parte de mi vocabulario diario y muy rara ocasión (por no decir ninguna) lo han hecho con una connotación positiva; sin embargo, no fue sino hasta hace un par de días que me percaté cuan feliz era antes de conocer el verdadero significado de esas palabras, así como de mi contribución a la misma.
En días recientes tuve una tos infernal, misma que mi padre tuvo a bien escuchar durante una visita de fin de semana, inmediatamente el “doctor Campos” corrió a su botiquín de medicinas y en menos de un minuto lo tenía sentado frente a mí con las cajas de diversos fármacos que me ofreció sin mayor apuro… del mismo modo en que lo ha hecho a lo largo de toda mi vida. En ese momento las palabras “resistencia a los antibióticos” resonaron en mi cabeza y me hicieron negar los fármacos que mi padre puso ante mí, no sin la debida reflexión.
Claro, en ese momento me negué a seguir el tratamiento del “doctor Campos”, pero… ¿y todas las veces anteriores?
Es decir, por años y años estuve tomando los medicamentos que mi padre me daba sin saber a ciencia cierta si lo que tenía era gripe, influenza o cualquier otra enfermedad viral o bacteriana, y lo peor de todo, sin terminar el tratamiento.
Mi punto es el siguiente. En esta última ocasión me negué a tomar el medicamento por un conocimiento que he adquirido a lo largo de un año entero de escuchar, leer y escribir sobre resistencia a los antibióticos; sin embargo, cuántos “doctores Campos” existen en todo el mundo y a cuántos “pacientes” como yo atienden año con año. Es decir, cuántos de nosotros contribuimos diariamente a la resistencia a los antibióticos.
El sólo hecho de pensar en tales cifras resulta más escalofriante que cualquier cuento de Howard Phillip Lovecraft o Edgar Allan Poe, la pequeña gran diferencia es que este cuento se está haciendo realidad día a día.
Quizás la ignorancia sea una bendición, pero el conocimiento es poder y es labor de cada uno de nosotros compartir este conocimiento para terminar con este consumo indiscriminado e injustificado de medicamentos.