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    InicioColumnistas 2Dr. Alejandro VillatoroReanimación para los servicios de urgencias

    Reanimación para los servicios de urgencias

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    Antes de iniciar es necesario plantear la siguiente pregunta, ¿qué es trabajar y vivir en un servicio de urgencias diariamente en nuestro México?

    Para quienes no trabajan en ello, es necesario referir que al llegar al Servicio de Urgencias (SU) de un hospital siempre encierra sensaciones encontradas, pues todos los sentidos son sitiados desde que uno se presenta en ellos. Para la visión es un lugar que va desde lo muy bonito y funcional, hasta lo deplorable e inocuo; para el oído se trata de un lugar ruidoso las 24 horas del día, tanto en las salas de espera, como en los consultorio y ni qué decir de la sala de observación; en el caso del olfato, sobra decir que huele a todo, sangre, infecciones, vómitos, excrementos y “lo que se acumule”; en cuanto al sentido del tacto… lo único que podría decir a favor es que vigile cuidadosamente donde coloca las manos.

    Los paciente que llegan aquí van desde los neonatos hasta quienes se encuentran en su décima década de vida. Una vez ingresados pueden estar en camillas, sillas e incluso en el suelo. El lugar tiene una actividad frenética que por momentos llega a ser implacable. Médicos y enfermeras corren, se detienen y atienden a los pacientes priorizando su atención a aquellos que necesitan la atención más urgente, siempre sacando el trabajo con ánimo y fuerzas de dónde sea que les sea posible. Y justo cuando todo parece indicar que el personal no puede atender a una persona más, justo en ese momento aparecen los paramédicos con otro paciente crítico, desencadenando otro espasmo de adrenalina y caos, pues este servicio es imposible de cerrar como sucede con el resto de los mismos dentro de un hospital.

    Sólo quienes conocemos los SU, creemos que se encuentran peligrosamente cerca de un colapso. Las razones son familiares: disminución de recursos por recortes presupuestales, crecimiento de personas sin seguridad social, escasez de personal capacitado, población cada vez más vieja y enferma que requiere tratamientos más costosos.

    Pero para dar una idea de lo que ocurre, he de referir cómo podría ser un día habitual para los médicos, atendiendo a los pacientes en consultorio, en la sala de urgencias o en el área de choque.

    La urgencia puede ser desde un simple catarro, hasta un paciente con trauma mayor, entre ellos embarazadas o infartados, pero, ¿cómo manejar a todos con los mismos recursos y con poco personal?, con riesgo a una demanda o saber que las cosas no irán bien para los pacientes sin los recursos para su adecuada atención. Todo esto condiciona mayor estrés del que sería la propia atención al personal de urgencias.

    Cuando el servicio se encuentra abarrotado y no hay camas en los pisos, ¿a quién mover del área de choque para dejar paso a más pacientes?, esta decisión debe tomarse en cuestión de minutos, pues ya llega una nueva ambulancia o envían a más pacientes desde los consultorios para seguir trabajando. Ya no piensas, nuevamente valoras prioridades (ABCDE), cortas la ropa, inicias a explorar al paciente, indicas tratamiento y no estorbas a tus compañeros.

    Pero más allá del área de choque, en la sala de urgencias hay una gran cantidad de pacientes “estables” esperando cama a piso o con mejoría para ser egresados a cualquier hora, porque si se requieren camas a las 5 de la mañana se dan altas, pero si se requieren a las 20:00 horas o las 13:00 horas se egresan con tratamiento y a proseguir, pues existen pacientes sentados esperando ansiosamente una cama o ser ingresados de los consultorios. Sin embargo este caos no es de un día extremo… sino de un día típico, aunque si le preguntan al personal de urgencias con todo y su cansancio dirá que, “no hay nada comparable a esto”, por lo que siempre vemos, personal agotado, tiempos de espera infinitos y, he de referir que yo siempre digo que, la atención de los SU es como la cosecha de mujeres, “nunca se acaba”.

    A estas horas (cualquiera de las 24 de las que consta el día) los pasillos están atestados de pacientes, la sala de espera a reventar y ni qué decir de los consultorios, de los pacientes con heridas, infecciones o dolor. Pero para animar las cosas, no falta la nota en una puerta o una pared, “no se aplican inyecciones sin receta o sin prescripción del médico de urgencias”, que más que un indicación, es una súplica inútil.

    En los pasillos o entre las camas los residentes realizan interminables procedimientos entre sangre, excremento o vómito, mientras que a lo lejos se escucha a otro paciente solicitando “un cómodo”, “una cobija” o simplemente gritando “María, ven aquí, te estoy hablando”, en tanto que el familiar de algún otro paciente refiere lo que todo el personal piensa, “esto no es agradable”. Este ritmo frenético corroe al personal que parece agotado y malhumorado, que desea reposo, mayor personal y tener tiempo, que la verdad sea dicha, “ya no sabe ni para qué”.

    La escasez de personas es siempre un punto débil, pues todo el mundo desea salvar al paciente y el orgullo de referirlo, pero en nuestro país, al igual que en otros, solo están graves entre el 15 y el 20 por ciento de los pacientes, los demás son urgencias sentidas y esos “no dan estrellas o méritos para los médicos”, por lo que para decir que hiciste las cosas geniales con tu paciente grave tienes que atender de 4 a 5 que no lo están con el consiguiente desgaste físico y mental, exceso de trabajo que logra consumir rápidamente al personas. Y qué decir de los varios de ellos que trabajan en dos o tres lugares, corriendo de un lugar a otro y, más claramente indicado, de una crisis a otra, lo que hace que se sientan culpables por tomar en momentos un descanso o por extrañar a sus familias o una vida más normal. Como ejemplo están frases como, “quieres dar atención de calidad, pero no puedes”, “no puedo soportarlo más”, “tengo tanto miedo de cometer un error, que cuando mi gastritis me da, me da fuerte, llego a vomitar de camino al trabajo”.

    Para entender mejor lo anterior, si no hay recursos para urgencias, no hay recursos en los hospitales. No hay recursos para hacer estudio y disponibilidad de camas, lo que nos lleva a retrasar la atención de los pacientes y por ello no se egresan a domicilio, impidiendo que los paciente de urgencias se ingresen a piso. Además los avances médicos que permiten a las personas vivir más tiempo, colaboran de forma directa a que cada vez exista un mayor número de pacientes y que llegan en cada vez peores condiciones a los SU. En la SU de tercer nivel donde me tocó laborar, muchos son admitidos a piso, pero otros son derivados a hospitales más pequeños o, desafortunadamente, mal equipados para poder tener espacio y recursos para manejar los casos más difíciles. Éstas son algunas razones de la sobresaturación, pues es común tener más de 20 pacientes esperando su ingreso o traslado, imponiendo una carga de trabajo extra al personal, por los ingresos “nuevos” y los que esperan, pues todos son pacientes con condición grave y requieren atención especializadas.

    Para dar la puntilla, existe un grupo de personas de la salud que experimente como pocos el estrés de lo anteriormente referido. El personal paramédico encargado de llevar a los pacientes al hospital con un SU saturado, indicando que “no me lo quieren recibir”, por lo que es común que una ambulancia se vea obligada a esperar más de 30 minutos la recepción de un paciente que fue previamente rechazado en dos servicios antes. Por lo anterior, tan pronto un hospital comienza a desviar las ambulancias, las otras rápidamente siguen su ejemplo. Pues a pesas que existe un centro regulador de urgencias, en las grandes ciudades éste sólo regula las urgencias traumáticas, mientras que la atención de las urgencias médicas depende de cada institución o de la atención que se ingenien los paramédicos y familiares para ingresar a sus pacientes a un hospital que tenga los recursos y la atención que se requiere. Ello lleva a los médicos de urgencias a “seleccionar” a cuales pacientes podrá atender con los recursos con los que cuenta el hospital, pues de aceptar a un paciente sin contar con los recursos se corre el riesgo de una demanda.

    Por ejemplo, cuando al recibir una ambulancia que viene de otra institución o estado de la República y uno pregunta al paramédico o familiares “qué hacen allí?”, sólo para obtener por respuesta que el paciente fue rechazado porque no se contaba con los recursos para brindar la atención necesaria. Pero por más estrasado que esté el médico, es su deber y obligación atender a los pacientes que ingresan a su servicio.

    Para finalizar quedan las siguientes preguntas y reflexión de colofón.

    Si cerraran los servicios de urgencias, ¿qué ocurriría con los pacientes del área circundante?

    Si se descompone el tomógrafo o los rayos-X en otro hospital o en el mío, ¿podrán los servicios de urgencias atender de manera adecuada a los pacientes?

    Si no llega toda la plantilla del servicio al turno que el corresponde, pues hemos de recordar que los SU son la cara de la institución ante la comunidad, pero con las carencias que hay ¿Podrán seguir siendo tan eficientes como la sociedad exige?

    Por todo lo anterior médicos, enfermeras, paramédicos y pacientes tendrán que decidir si están dispuestos a apoyar para mejorar la atención dentro de los SU y que su decisión no deberá de prolongarse por mucho tiempo.

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