En los últimos tiempos estamos viviendo cada vez más en la “cultura del nanosegundo” y la impaciencia, al parecer ya no nos alcanzan los segundos, minutos y horas para medir el tiempo. Es por eso que tenemos la sensación de que el tiempo vuela y se produce la paradoja de que no hay tiempo para nada.
Organizamos la vida a la velocidad de la luz y esta aceleración se transforma en un gran esfuerzo por comprimir el tiempo. Por eso, no es de extrañar que la ansiedad y la impaciencia sean los síntomas comunes a las enfermedades de nuestra época, porque cada momento lo convertimos en una carrera contra el tiempo. El exceso de rapidez genera una dinámica de impaciencia.
La inmediatez nos lleva a convertir las urgencias personales en urgencias médicas y no importa quien preste la atención, siempre que sea de inmediato, sin entender que los problemas de salud necesitan “esperar y ver” cómo evoluciona el síntoma, además es la clave en la asistencia de primer nivel; la prisa conlleva a triplicar el número de errores médicos.
El capricho de muchos de acudir a urgencias sin una causa justificada (se calcula que el 35% de los casos), afectando al resto de los usuarios, causando retrasos y largos tiempos de espera, que además están asociados a un mayor riesgo de muerte en el corto plazo y también es causa de una mayor probabilidad de ingreso hospitalario.
Los servicios de urgencias podrían tener una atención óptima, salvar más vidas y cometer menos errores si la comunidad utilizara este servicio con responsabilidad. La cultura es el componente que puede solucionar las altas congestiones en las salas de urgencias en nuestro país.
A pesar de las estrategias implementadas para crear conciencia al respecto, sigue faltando pedagogía en los usuarios del sistema de salud, para saber cuándo acudir a urgencias y cuándo es suficiente una consulta prioritaria.
El triage es el momento clave en la atención, cuando los médicos clasifican a los pacientes por su nivel de urgencia, según sea el caso I, II, III, IV y V. Siendo I, la emergencia que se debe atender inmediatamente, y II en menos de 15 minutos.[1]
Lo que más importancia tiene para los usuarios de la salud es saber con plena seguridad que los servicios de salud estarán allí cuando los necesiten, que serán tenidas en cuenta sus preferencias y opiniones, que tendrán la ayuda necesaria y que pueden acceder a información confiable y segura sobre su enfermedad y que tendrán la mejor opción en el tratamiento, que no tendrán ninguna preocupación financiera por el hecho de estar enfermos; que los beneficios serán distribuidos equitativamente y los recursos públicos se utilizarán muy eficientemente y para el bien de toda la comunidad.
La obligación entonces, de los profesionales de la salud, será explicar los límites de la medicina, trabajar en la prevención y evitar el sufrimiento humano. Saber conciliar la razón de ser de la medicina con los nuevos entornos y escenarios de la salud pública, para lo cual es inevitable la creación de nuevas responsabilidades para los profesionales de la salud, que tendrá como resultado el equilibrio entre las expectativas de salud en el futuro que desearíamos conseguir, y las posibilidades reales del presente.
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