La crisis mundial por COVID-19, ha puesto de manifiesto un tema que se ha venido hablando desde hace mucho tiempo, pero sobre el cual no se había puesto la atención debida. Se trata de la relación entre el cambio climático y la aparición de las últimas pandemias que han impactado a la humanidad.
Aunque aún está en duda la procedencia del virus SARS-CoV-2, está ampliamente aceptada la hipótesis de su origen zoonótico, como ocurrió anteriormente con la AH1N1 en 2009 y la MERS durante el 2012.
La deforestación, especialmente en zonas tropicales, trae como consecuencia que muchos patógenos confinados exclusivamente a determinadas especies silvestres, entren en contacto directo con seres humanos y se produzca una interacción, que de otra forma jamás hubiese sido posible.
La magnitud del problema ha tomado tales proporciones, que incluso el Foro Económico Mundial, en su Informe de Riesgos Globales de este año ha decidido, por primera vez en su historia, incluir el riesgo ambiental, el cambio climático y la amenaza a la biodiversidad en las primeras posiciones de su reporte anual.
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En este sentido, la Agencia Europea de Medio Ambiente (AEMA) y la Organización Mundial para la conservación (WWF), también se han pronunciado respecto a los diversos factores que impulsan la aparición de zoonosis, entres las que se encuentran:
Comercio y consumo de animales silvestres
El conocimiento específico sobre el origen del SARS-CoV-2, en el mercado para consumo humano de la localidad de Wuhan, ha sido un elemento clave para la comprensión de la transmisión del virus.
Aunque aún queda por determinarse si el huésped intermedio fue un murciélago o un pangolín, el hecho es que se logró establecer que se trata de otra enfermedad zoonótica producto del consumo indiscriminado de especies silvestres sin ningún tipo de controles sanitarios.
Deforestación
La degradación de los bosques tropicales para la extracción de combustibles fósiles y la prosecución de modelos agrícolas no sustentables, representan un doble riesgo para la humanidad.
En primer lugar, debido a que afecta la calidad del aire, lo que implica el incremento de enfermedades respiratorias; y es responsable directo del cambio climático que está provocando el derretimiento de los polos, la pérdida de la biodiversidad, los golpes de calor, huracanes más intensos, etc.
En segundo lugar, estas actividades promueven el asentamiento de poblaciones humanas en áreas naturales en donde existe mayor riesgo de interacción con especies salvajes, o vectores que pueden desencadenar enfermedades como la COVID-19.
Cría intensiva de Ganado
La producción intensiva de carne implica la cría de grandes poblaciones de ganado, concentradas en zonas cercanas a asentamientos humanos, en donde por lo general existen deficientes condiciones de salubridad, promueve un estado de vulnerabilidad a las infecciones.
De hecho, se estima que casi la mitad de las infecciones zoonóticas surgidas desde 1940 están asociadas a prácticas para potenciar la agricultura y ganadería a nivel industrial.
Un cambio de enfoque
Se ha vuelto evidente la vulnerabilidad de la especie humana ante el surgimiento de nuevos patógenos ante los cuales no tenemos competencia inmunológica. La situación no sólo ha sembrado pánico debido a la cantidad de contagiados y muertos, sino que además nos ha conducido a una crisis económica, sanitaria y humanitaria sin precedentes.
Es por ello, que es fundamental que los líderes mundiales empiecen a ejecutar políticas para frenar el deterioro ambiental, no obstante, nosotros a nivel individual podemos contribuir a la solución regulando nuestro consumo de energía, productos cárnicos, plástico, entre otros.
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