Las experiencias negativas o positivas tienen influencia en la personalidad, desarrollo, comportamiento y pensamientos del ser humano. De hecho, queramos o no, las situaciones que causan alegría o agobio tienen consecuencias directas en el bienestar y la salud física y mental del individuo; en las diferentes etapas de la vida.
Sin embargo, la calidad en la relación con los padres o cuidadores; junto con el entorno en que se viva, las oportunidades de acceder a la salud, educación y alimentación; se convierten en factores que influyen en el desarrollo personal y la calidad de vida del niño.
De esta misma forma, en contraposición, cuando un infante vive en un ambiente adverso, aunado con eventos de abandono; violencia; carencia y necesidades limitantes; se marca un camino lleno de desequilibrio mental, desajustes personales y problemas sociales del joven y el adulto.
Las experiencias de la infancia son la base del desarrollo futuro
En realidad, el ser humano aprende por repetición. Por tanto, lo que ve en su entorno familiar, social y cultural, es lo que asimila como propio. Igualmente, cuando se presentan experiencias infantiles adversas; hogares con violencia doméstica, abuso de psicoactivos, separación de los padres o negligencia; se convierten en circunstancias que pueden llevar a definir una vida adulta de desgracia, arrastrando a las generaciones futuras.
Después de todo, la cantidad de información que atesoramos en la memoria subconsciente, incide en la capacidad de elección; el desarrollo mental; la disciplina; el apego; la autoestima y la manera en que nos relacionamos. Asimismo, un niño enfrentado a incidentes de alto impacto, tiene un mayor riego de llegar a la juventud y la adultez con problemas conductuales y psicosomáticos graves.
Ya que, se deben establecen correctivos y buscar ayuda psicológica a temprana edad. Sobre todo, porque es probable caer en conductas erróneas; como abuso de alcohol, tabaco y drogas. Además, de esta misma manera, se aumenta la predisposición a desarrollar patologías orgánicas, como obesidad y cardiopatías; a la vez, de enfrentar trastornos mentales, que van desde la depresión, hasta intentos suicidas.
¿Se puede hacer algo?
Como vemos, la hostilidad del ambiente, el trabajo a edad temprana y la violencia psicológica o física, entre otros factores; repercuten en la personalidad y en los valores del individuo. Es así, como las personas que han vivido en la infancia en situaciones de vulnerabilidad, son más propensas a tener embarazos no deseados; relaciones de pareja intimidantes y estar más expuestas al consumo de estupefacientes, alcohol y tabaco.
Por lo tanto, el bienestar de la niñez, la educación, el acceso a la alimentación, la buena salud y la calidad de vida, son responsabilidades del gobierno, la familia y la sociedad. Sobre todo, porque las entidades estatales deben liderar programas que beneficien la comunidad, con empleo, educación y servicios de salud accesibles. Principalmente, porque de esta manera, se están dando nuevas oportunidades a las nacientes generaciones.
De igual manera, el trabajo de los psicólogos, educadores y terapeutas, en conjunto con las familias; para evidenciar las situaciones de preocupación que afectan al infante. Ayudan a establecer patrones de conducta y tratamientos anexos que favorecen al niño y su entorno, en pro de permitir un crecimiento saludable.
En conclusión, podemos señalar que la tarea de los padres debe estar enfocada en el bienestar del infante. Sin embargo, para ello los progenitores deben ser personas estables y equilibradas. Esto quiere decir, que los adultos deben trabajar en sanar heridas, ser resilientes y enfocarse en vivir mejor; porque de eso depende el futuro de nuestros hijos.