Para hablar de deshumanización tenemos que decir claramente que hace referencia a una forma de ver la realidad de manera indiferente frente a la dignidad humana, sin valoración, sin norma y sin horizontes orientados en las acciones, se trata al paciente como a un objeto y lo relega a un segundo plano, además de la indiferencia o frialdad en la interacción humana, una preocupación distante que constituye una negación de humanidad hacia el enfermo. Estas razones se analizan desde dos aspectos que son extrínsecos e intrínsecos.
Desde lo extrínseco tenemos la deshumanización de la medicina evolucionada simultáneamente con la contemporaneidad del hombre, supeditada a las mismas crisis globales en todos los campos que afectan a la civilización entera; al igual que las ciencias contemporáneas, esto ha ocurrido a partir de las dos guerras mundiales, con alrededor de sesenta millones de muertos, en su mayoría jóvenes, evidenciaron el drama de la deshumanización de las sociedades, sin precedentes en la historia de la humanidad; justificado bajo la luz, que la visión del hombre por las ciencias positivas significó, paralelamente un desvío indiferente respecto a cuestiones realmente decisivas para una humanidad auténtica. Otro factor desencadenante en el tema ha sido que el siglo XX incluyó grandes logros en ciencia, tecnología y educación, pero con un lastre de deshumanización proyectado en el siglo XXI, de ingenuo progreso, con una fe ciega en el poder ilimitado asociado a la creencia incondicional del eterno progreso.
Intrínsecamente aparece el cuidado de la salud y efectos colaterales de su propio progreso bajo la mirada de:
Debilitamiento de la relación médico-paciente: ésta se transformó y limitó a una atención médica clínica con exigencias de productividad, eficiencia y rentabilidad, evidenciado en un sistema tipo mercancía, aprovechada por las transnacionales de medicamentos y tecnología, sumado por empresas médicas que persiguen su enriquecimiento con base al sufrimiento de los enfermos. El médico se está limitando a la función de ver resultados de diagnóstico y prescribir medicamentos.
Cientificismo y tecnología exagerados: tenemos conocimientos y técnicas que superan la ciencia ficción, mejorando notablemente el diagnóstico y tratamiento de enfermedades. Esto básicamente positivo tiene su lado opuesto: contribuye a la deshumanización de la medicina; los procedimientos diagnósticos y terapéuticos sofisticados, separan a los pacientes de sus médicos; pacientes anónimos frente al equipo médico y viceversa.
Sobre especialización, el desarrollo de las ciencias médicas ha proliferado especialidades y subespecialidades médicas, como respuesta al enorme crecimiento del avance médico, que trae consecuencias desfavorables: la percepción segmentaria del organismo y personalidad del paciente y la atención del paciente ya no por su médico, sino por un equipo multidisciplinario, carente de coordinación, inciden en la calidad del diagnóstico y tratamiento de los pacientes.[1]
El médico colombiano Álvaro Sanín, brillante residente de medicina interna en Medellín, frente a la pregunta: ¿Cuál es el cambio principal que le plantea la enfermedad? Respondía, estamos compenetrados por el mandato de tomar medicamentos para cualquier molestia sin hacernos la pregunta de ¿por qué o para qué estoy enfermo?, es necesario mirar hacia el interior para encontrar respuestas. Necesitamos una medicina que no sólo luche contra la enfermedad, sino que genere salud.[2]
La medicina debe aspirar a ser honorable, profesional, moderada, prudente, asequible, económicamente sostenible, justa y equitativa. Abordada desde una Bioética; una iniciativa pragmática, esto es una medicina centrada en la persona y una prioridad académica basada en la humanización de la enseñanza médica, además de respetar las opciones y la dignidad de las personas. 3
[1] (Elío-Calvo, 2016) [2] (Bravo, 2020)
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