Dos términos bastante complejos, pero con algo sencillamente particular, la salud se ha constituido hoy, como estrategia poderosa para lograr objetivos planteados en la política social diseñada para alcanzar metas de crecimiento económico y bienestar, incluidos el desarrollo social y de la salud. Pero el gran inconveniente está en las decisiones sobre qué priorizar en materia de salud y cómo hacerlo, y se ven afectadas precisamente por factores económicos, políticos, culturales e históricos, lo que convierte la salud global como un asunto de justicia social.
Lo ideal sería tener políticas gubernamentales que sepan lo que se debe hacer e invertir el dinero adecuado, pero sabemos que estamos ante una política débil que enfrenta asuntos complicados e inclusive dilemas éticos. El sistema de salud colombiano está en crisis, sencillamente porque la calidad de la salud pública no se mide con coberturas o con el monto de las cuentas corrientes de los trabajadores de la salud o de las EPS, esto no es importante. Lo que interesa es el tiempo eficiente que se invierta en promoción de la salud, en prevención de la enfermedad y en calidad de la atención.
Ahora que enfrentamos una pandemia causada por el coronavirus SARS-CoV-2, que provoca la enfermedad Covid-19, nos ha dejado entrever la gran crisis y fracaso de la política colombiana poco eficaces en la promoción, manutención y funcionamiento del sistema de salud pública. Pero esto no sólo ocurre en nuestro país, debemos tomar referencia en la OMS, que debería ser totalmente colaborativa, pero eso no es cierto. Y esto se ve reflejado en países con una enorme crisis humanitaria, pero con poca atención por parte de la comunidad internacional y poca atención a las consecuencias sobre otros países.
Ellos necesitan muchos servicios en salud, pero, ¿Está la OMS liderando eso? La respuesta es que no lo están; en estos tiempos la organización refleja la debilidad que le han provocado sistemáticamente sus Estados miembros. Un 80% de su presupuesto proviene de contribuciones, de donantes privados, algunos países, organizaciones como la Gate Foundation. Esos donantes por lo general imponen sus decisiones. Es una negociación obviamente asimétrica, porque depende del dinero. La OMS no tiene la autonomía para decirles a los países qué hacer, así como tampoco tiene la independencia económica para hacer lo que creen que debe hacer. Las políticas no son claras. La OMS es normalmente el líder, pero los países hacen lo que quieren.
Por ejemplo, en Colombia, las enfermedades crónicas no transmisibles, son una gran carga. Pero la sociedad las ha entendido como un asunto individual, y es un error porque esas enfermedades dependen del ambiente nutricional, del comercio, no vienen de la naturaleza. Controlar la influencia de las corporaciones, las relaciones con la política, los hábitos de los ciudadanos y cambio climático.
Se invierte mucho dinero y tiempo en instituciones intermediarias entre el estado y la prestación de servicio de salud, que manejan sus políticas de servicio a sus antojos sin la supervisión adecuada de las instancias encargadas, logrando de manera desorbitante el enriquecimiento a costa de la salud de los trabajadores. Ahora frente a la crisis de la pandemia, se visualizó el abandono del estado a sus instituciones de salud como los hospitales y en sí a toda esa política que se ha proyectado bajo el manto de la salud; pero esto ha permitido descubrir formas nuevas de organizar nuestras interacciones. El coronavirus nos hará repensar un montón de cosas, incluyendo la inequidad. Lo que sí queda claro es que, política y salud en Colombia no caminan en el mismo sentido sino en contraflujo.
[1] [1] (Correa, 2020)
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