Esta fobia, al igual que las demás fobias específicas, provocan en las personas que la padecen fuertes miedos a un elemento en concreto, lo que conlleva la aparición de ansiedad y pensamientos irracionales. El término hidrofobia o acuofobia proviene del griego, donde se combinan las palabras hydrós (agua), y fobos (horror). Por lo tanto, algo hidrófobo es aquello que tiene horror al agua.
El hidrófobo padece la enfermedad comúnmente conocida como rabia, caracterizada por una aversión anormal al agua. Es provocada por un virus típico de ciertos animales de sangre caliente, como el perro, el gato, el lobo y el murciélago, pero puede transmitirse al hombre si es mordido por un animal infectado. Este virus ataca al sistema nervioso central y, si no se trata con la máxima urgencia, acaba provocando la muerte del enfermo. Cuando una persona se contagia de la hidrofobia, los síntomas de la enfermedad pueden tardar entre 30 y 180 días en manifestarse; los más característicos son las alteraciones de los sentidos y problemas de movilidad.[1]
Al principio el enfermo experimenta cambios de humor, temores injustificados, dolor en la herida y malestar general; sufre espasmos, excitación, aversión al agua (debido a que, al tragar o ver agua, se paralizan los músculos de la garganta), trastornos mentales y alucinaciones; finalmente, la parálisis inmoviliza sus extremidades y, cuando se extiende al cerebro y a los pulmones, provoca la muerte. En este caso la hidrofobia surge como una consecuencia natural de los síntomas físicos de la enfermedad, por lo que tiene unas características distintas a las de la hidrofobia psicógena. Lo mismo se aplica al miedo al agua producido por otras causas orgánicas.
Las personas con hidrofobia presentan distintos síntomas relacionados con la evitación del agua. Lo más habitual es que tengan miedo a ahogarse al nadar, pero también puede que no quieran ingerir líquidos o que eviten ducharse y bañarse con tal de no entrar en contacto con el agua, especialmente si la fobia es muy irracional.
Así, el miedo al agua puede interferir en la vida de quienes lo sufren de múltiples maneras. Por ejemplo, las personas con hidrofobia que no se duchan pueden tener problemas higiénicos y sociales, y las que evitan beber agua pueden sufrir deshidratación, que causa cansancio, dolor e insuficiencia cardíaca. Lo más habitual es que el miedo al agua aparezca en la infancia y remita de forma espontánea a medida que el niño crece. No obstante, si el temor es muy intenso o persistente (y por tanto cumple los criterios diagnósticos de la fobia específica) conviene consultar con un especialista, puesto que las fobias tienden a agravarse con el paso del tiempo.
Una de las posibles sugerencias en el tratamiento de la hidrofobia sería la terapia de exposición, como uno de los tratamientos más comunes a la hora de tratarla. La exposición puede ser de dos tipos: exposición en vivo o exposición virtual (esta última gracias a la llegada de las nuevas tecnologías). En cualquier caso, la persona se expone al ambiente temeroso y aprende a “desaprender su miedo” al agua de manera gradual, pasando de las situaciones que le producen más temor a aquellas que le producen menos.
[1] (QUIMICA.ES, s.f.)
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