Hace un par de días me topé con un artículo en el que se mencionaba que más de un tercio de los pediatras en etapas tempranas de su carrera (es decir, en los primeros 10 años de ejercicio profesional) reportaban sufrir de “burnout”, o síndrome de desgaste profesional; sin embargo, lo más alarmante era que menos de la mitad de los mismos dijeron estar satisfechos con su balance de vida personal.
El desgaste profesional es muy diferente a simplemente estar cansado o sentir estrés después de un largo día lidiando con pacientes complicados o una guardia infernal, pues contrario a estos últimos que pueden reponerse después de un par de días de descanso o una siesta de 10 horas, el desgaste profesional se queda contigo y puede afectar todos los momentos de tu vida.
En México, donde ya más del 50 por ciento de los estudiantes de medicina son mujeres, y a medida que las mujeres nos incorporamos a la fuerza laboral en nuestro campo, los signos de desgaste profesional tienen un matiz diferente en nosotras, pues aún cuando pareciera que seguimos el patrón tradicional, éste se presenta con algunas variantes.
Sea como sea, el desgaste profesional parece haberse convertido en una epidemia entre nosotros (hombres y mujeres por igual), no sólo afectando nuestras vidas profesionales, sino afectando profundamente el trato y cuidado de los pacientes a nuestro cargo, así como la calidad de vida de nuestras familias, sin mencionar las consecuencias a nuestra salud tanto física como emocional.
En el caso de las mujeres tendemos a cuidar y velar por todos quienes nos rodean, no sólo en nuestros hogares, donde los roles tradicionales y nuestra cultura a veces no propician igualdad de responsabilidades, además aprendemos a “navegar” nuestra relación con otras mujeres en el campo médico. Y por si fuera poco, contamos con varios “trabajos” de tiempo completo (además de nuestra carrera médica); somos amas de casa, esposas, madres, hijas de padres mayores, maestras, psicólogas, cocineras, choferes y varias cosas más.
No podemos dar lo que no tenemos, por ello estar agotadas la mayor parte del tiempo crea un estado de desgaste emocional, qué es el primer estado de “burnout” en mujeres médicos. Es diferente al desgaste y cansancio que padecemos al fin de un a larga guardia, en donde una se recupera después de un día de asueto y estamos listas para la próxima guardia.
En la segunda etapa se pierde el entusiasmo y es reemplazado por cinismo. Las personas se deshumanizan, situación que provoca que las preocupaciones, enfermedades y temores de nuestros pacientes ya no están sujetas a nuestra compasión y empatía, mucho menos al nivel de atención que merecen.
La tercera etapa es cuando perdemos nuestra autoestima. Lo que hacemos ya no tiene valor y dudamos de nuestra capacidad profesional. Es cuando uno se cuestiona si el realidad lo que hacemos en nuestra profesión tiene algún sentido y si en realidad la vida de servicio en la cual hemos invertido tantos años hace alguna diferencia en la vida de los pacientes que tratamos.
El desgaste profesional es una guerra donde los ataques vienen cuando menos lo esperamos, es una batalla interna, que muchas veces no está en nuestra conciencia como tal. Una frase qué leí tenía mucho sentido, y mencionaba que el desgaste es proporcional en la medida en que atendemos y curamos a más pacientes; es decir, mientras más pacientes vemos, más desgaste o burnout sufrimos.
El ser médico causa estrés. Punto.
¿Qué es o que podemos hacer al respecto?
Lo ideal sería tener mejores condiciones de trabajo, ser mejores colegas y ofrecernos ayuda. El encontrar buenos sistemas de apoyo y ser honestos en nuestro foro interno para buscar ayuda psicológica pensando en el bienestar de todos.
Cabe destacar que el síndrome de desgaste profesional no es exclusivo de México, sino que se presenta en 1 de cada 3 médicos en cualquier parte del planeta.
Aquí te comparto estrategias específicas para reducir el estrés en un día entre semana.